INDICE
I.
INTRODUCCION
II.
DEFINICION
III.
CARACTERISTICAS
CAPITULO I
1. Pensamientos idealizados sobre el
amor
1.1. "Si hay amor, no necesitas nada
más"
1.2. "El verdadero amor es
incondicional"
1.3. "El amor es eterno"
2. Pensamientos negativos frente a uno
mismo
2.1. Esquema
de dependencia psicológica
2.2. Esquema de “inamabilidad” o dependencia
emocional (apego)
2.3. Esquema de indignidad esencial
2.4. Esquema se sufrimiento por el
abandono
2.5. Esquema de entrampamiento por culpa
2.6. Esquema de comodidad/evitación
3. Pensamientos conformistas frente a
los mandatos sociales
3.1. Primer mandato social: "La separación
es un fracaso"
3.2. Segundo mandato social: "Qué va
a pensar la gente si me separo"
3.3. Tercer mandato social: "Mi deber
es luchar por el matrimonio"
3.4. Cuarto mandato social: “ La mujer es
el pilar de la familia”
CAPITULO II
4. Los mitos
del amor romántico: príncipes azules, princesas, medias naranjas y eternidad.
4.1. El mito de
la monogamia
4.2. El mito de
la heterosexualidad
4.3. El mito del
matrimonio por amor
5.
Idealización del amor-pasión
6.
El amor en la literatura y el cine
7.
Una construcción de occidente
8.
La “espiral de violencia”
CAPITULO III
9.
Poner el amor en su sitio
1.1. El amor
democrático: Tres valores guía
1.1.1. Primer
valor: De la fusión/comunión, al amor solidario
1.1.2. Segundo valor: De la generosidad, al amor
recíproco
1.1.3. Tercer
valor: De la obligación, al amor voluntario
2. Amar de forma
diferente
2.1. Límites del
Amor
2.1.1. Los límites temporales
2.1.2. Los limites
espaciales
2.1.3. Los limites
instrumentales o artefactuales
2.1.4. Los limites
emocionales
I.
CONCLUSIONES
II. BIBLIOGRAFIA
I. INTRODUCCIÓN
El amor romántico es una estructura sentimental y un producto
cultural. Es un conglomerado de relatos, leyendas, mitos, cuya estructura se
repite en todas las sociedades patriarcales casi invariablemente. Los héroes y
las heroínas siguen siendo los mismos: mujeres y hombres heterosexuales que
tras luchar contra una serie de obstáculos, logran reunirse con su amado o
amada. Ellos son de una manera, y ellas son diferentes, de modo que se
complementan a la perfección.
Nos venden las historias románticas como ejemplos
revolucionarios de gente que se atreve a enfrentarse a sus monstruos por amor,
pero el amor es también un anestesiante social, porque permite que la gente
piense en sus revoluciones individualistas y mientras todo sigue como está.
La cultura nos ensalza la pareja heterosexual y monogámica y
embellece las historias de amor y desamor. A través de las películas, las
canciones, las novelas, etc. asumimos lo “normal” y lo “natural”, aprendemos a
ser hombres y a ser mujeres, aprendemos a relacionarnos bajo unas pautas muy determinadas
por las costumbres, prohibiciones, tabúes, creencias, prejuicios, etc. de la
sociedad a la que pertenecemos.
Soñamos con el amor, nos desesperamos en las rupturas, perdemos
la cabeza cuando somos correspondidos, nos cambiamos de país por amor, necesitamos
compañía, chocamos con otros cuerpos y otras soledades, pero no sabemos
querernos. Las expectativas generadas por los modelos de princesa y príncipe
azul se derrumban cuando nos relacionamos en la vida real. La idealización y la
decepción van parejos en un mundo en el que otras formas de amarse se presentan
como aberraciones y provocan escándalo.
Hay muchas culturas en el planeta y en cada una de ellas
varían las formas de amar. Lo que en algunos sitios está prohibido, en otros es
algo cotidiano. Lo que en unas comunidades subordina a las mujeres, en otra las
libera. Hay amores basados en las luchas de poder, otros amores son libres y
están colectivizados. En el mundo hay una diversidad amorosa que no se muestra
habitualmente en los medios y las películas comerciales.
En nuestra cultura occidental el amor está constreñido, al
menos en el discurso cultural hegemónico. La homofobia es cultural, la
transfobia es cultural, el racismo y el especismo son culturales. En la cultura
se gesta el miedo a lo otro, a lo diferente; en ella se crean los mitos, las
metas, las prohibiciones, los prejuicios, y las obligaciones sociales.
Hoy el amor sigue apresado entre mitos que perpetúan el
machismo y la desigualdad, pero funciona como mecanismo de escape, de evasión,
de entretenimiento de las masas. Bajo la ideología del placer como pecado, nos
venden las historias de amor basadas en el deseo monogámico, o enfocadas a la
labor reproductiva y la fundación de una familia.
A través del amor romántico, inoculando deseos ajenos, el
patriarcado aprovecha para controlar nuestros cuerpos, para hetero-dirigir
nuestro erotismo, para lograr que asumamos los límites que tiene la feminidad y
soñemos con la llegada de El Salvador (Jesús, el príncipe azul…) que nos elija
como buenas esposas y nos ofrezca el trono del matrimonio.
II. DEFINICIÓN:
El amor romántico es uno de los
modelos de amor que fundamenta el matrimonio monogámico y las relaciones de
pareja estables en las culturas modernas, principalmente las occidentales. Este
amor romántico, construcción socio-cultural propia de Occidente, ofrece a las
personas un modelo de conducta amorosa, que cuando falla –y siempre falla-
produce la frustración y el desengaño, y es uno de los factores de la violencia
en las relaciones de pareja. Las mujeres son más propensas que los hombres a
creer en este mito, y las que ‘aman demasiado’, es decir, las que buscan el
amor romántico obstaculizado por la elección de personas difíciles y agresivas,
tienen más posibilidades de ser víctimas de la violencia y de consentirla,
porque esa relación es la que da sentido a su vida.
III. CARACTERÍSTICAS:
ü Entrega total a la otra
persona y hacer de la otra persona lo único y fundamental de la existencia.
ü Vivir experiencias muy
intensas de felicidad o de sufrimiento.
ü Depender de la otra persona
y adaptarse a ella, postergando lo propio.
ü Perdonar y justificar todo
en nombre del amor.
ü Estar todo el tiempo con la
otra persona.
ü Pensar que es imposible
volver a amar con esa intensidad.
ü Desesperar ante la sola idea
de que la persona amada se vaya.
ü Prestar atención y vigilar
cualquier señal de altibajos en el interés o el amor de la otra persona.
ü Idealizar a la otra persona
no aceptando que pueda tener algún defecto.
ü Hacer todo junto a la otra
persona, compartirlo todo, tener los mismos gustos y apetencias.
CAPITULO I
1.
PENSAMIENTOS
IDEALIZADOS SOBRE EL AMOR
La cultura de la entrega
total y la abnegación sin límites se sustenta en varias concepciones erróneas o
mitos sobre el amor. Rendirle culto al amor es entregarse sin pena ni gloria a
sus avatares y poner la palanca de control afuera.
Doble capitulación: .ante el
sentimiento amoroso y ante la persona amada. "Me entrego a (¿.porque te
amo", como si fuéramos un paquete transportado con la rapidez y eficiencia
ya conocida de FedEx. Doble entrega, doble cerrojo.
Los pensamientos idealizados sobre
el amor producen al menos tres efectos negativos en la manera de procesar la
experiencia afectiva: justifican lo inaceptable o lo peligroso, hacen que nos
quedemos anclados en relaciones dañinas bajo los auspicios de una esperanza
inútil y crean un choque con la realidad debido a la discrepancia que se genera
entre el amor ideal y el amor real.
La mitología del amor romántico se
fundamenta en lo que podríamos llamar una filosofía "omni", la cual
considera que el amor en general y el amor de pareja en particular son:
omnipresentes (ocupan todo el ser), omnipotentes (todo lo pueden) y
omnisapientes (fuentes de sabiduría infinita). En resumidas cuentas, si estás
enamorado, estás hecho: pleno, poderoso y sabio.
A continuación, analizaré en
detalle tres mitos sobre el amor y las consecuencias negativas que genera cada
uno de ellos en la manera de sentir y pensar el amor: "Si hay amor, no
necesitas nada más", "El verdadero amor es incondicional" y
"El amor es eterno".
1.1.
“SI HAY
AMOR, NO NECESITAS NADA MAS”
Esta creencia considera que el amor
romántico (el sentimiento amoroso) basta para que una relación funcione
adecuadamente. De ahí el desconcierto de la mayoría de las personas que asiste
a terapia por problemas de pareja:
"¿Por qué peleamos, si nos
amamos?", como si el amor sentimental generara una especie de inmunidad
contra las controversias y además hiciera desaparecer los conflictos por obra y
gracia del afecto santo. Si tu relación dependiera exclusivamente de la emoción
pasional, quedaría sometida a los vaivenes naturales que ofrece cualquier tipo
de emoción. ¿Acaso no hay días en que literalmente no soportas a tu pareja y
otras en que pareces flotar en una nube ante su presencia?
Reducir el amor al enamoramiento es
un error. El amor también se "piensa" y por eso tienes la opción de
construir y de reinventar la convivencia con tu pareja. Para resolver los
problemas de cualquier relación necesitamos, además del afecto, otras
habilidades cognitivas y comportamentales, como, por ejemplo, estrategias de
resolución de conflictos, paciencia, gestión pacífica, aprender a ajustar las
diferencias individuales, establecer alianzas y acuerdos amorosos y
competencias por el estilo.
Estar enamorado es una experiencia
increíble, pero no basta por sí misma para armonizar totalmente dos egos y
lograr la conjunción de valores, intereses y deseos requeridos para vivir bien
en pareja.
Cuando amamos de manera inteligente
y completa, no solamente actuamos bajo la dirección de Eros, también
necesitamos ser amigos de la persona amada y preocuparnos por su bienestar: el
amor se siente, se piensa y se actúa. El amor pensado es amistad. En ella, la
voluntad interviene directamente. TÚ no dices me "amisté", cuando
haces un amigo o amiga, porque entras a la amistad por la puerta de la elección
voluntaria, tienes la posibilidad de escoger a tus amigos. Así debería hacerse,
o al menos intentarse, en la relación de pareja. Incluso al comienzo de una
relación podemos construir un espacio cognitivo para analizar al candidato o
candidata.
Ante una relación pésima tienes dos
posibilidades:
• Pensamiento realista (así duela):
"Nos queremos mucho, pero no podemos vivir juntos".
• Pensamiento irracional (así produzca
alivio):"Somos totalmente distintos, el agua y el aceite, pero si hay
amor, vale la pena intentarlo".
Malas noticias: el amor
interpersonal no puede juntar el agua y el aceite, ni multiplicar panes y
peces. Cuando hablo de racionalidad afectiva, sobre todo en las malas
relaciones, no me refiero a que debamos "saber" por qué amamos a
alguien, sino "por qué" no deberíamos amarlo, que es, sin duda, más
importante y esclarecedor.
1.2.
“EL VERDADERO AMOR ES INCONDICIONAL”
Lo que equivale a decir: hagas lo
que hagas, te amaré igual. Sin condiciones, en las buenas y en las malas, bajo
cualquier circunstancia, en la infidelidad, en los golpes, en la explotación,
en el desamor, en el rechazo, en la burla, en la indiferencia, en la
profundidad de los infiernos. No importa qué hagas, yo estaré allí, con mi amor
siempre fresco, activo, dispuesto... ¿A quién se le ocurrió semejante
disparate? ¿Es que en el amor de pareja no intervienen los derechos humanos?
Si decides amar pese a todo y haga
lo que haga el otro, la entrega será celestial e irrevocable. Amor reverencial,
imposible de cuestionar. ¿Quién puede vivir con semejante compromiso? Juremos
menos y construyamos más.
Aceptar todo de antemano implica
negar la propia conciencia, reprimir el derecho a la protesta y perder de vista
los límites que no debemos traspasar ¿Amor incuestionable, amor sometido, amor
sin principios? El amor de pareja debe estar condicionado a los mínimos éticos,
como cualquier otra relación interpersonal, porque de no ser así, le
otorgaríamos al amor la propiedad de transgredir las leyes humanas y
universales.
Una de mis pacientes, víctima de un
marido abusivo y drogadicto, había decidido separarse pese al amor que sentía
por él. Estaba a punto de llevar a cabo su cometido, cuando el hombre, bajo los
efectos del alcohol, tuvo un accidente que lo incapacitó varios meses. Ella
puso la separación entre paréntesis mientras duró la recuperación.
¿Qué la llevó a no dejarlo en las
malas? Una mezcla de amor, compasión y sentido ético. Incluso hoy, que ya está
casada con otro hombre, de vez en cuando le tiende la mano a su ex. Se puede
amar en el adiós. No ser incondicional o ser condicional no significa hacer una
apología al egoísmo y la indiferencia, sino definir límites. Mi paciente fue
considerada, no decidió vengarse ni acumuló odio, simplemente tenía convicción
profunda de que no merecía el trato que ella daba. La frase es mágica: "Te
amo, pero no puedo vivir contigo". Como ya dije, el amor no garantiza una
buena convivencia per se. Cuando adquirió tal convicción, se volvió fuerte: ya
podía prescindir de él, así fuera con dolor. ¿Amor pensado? Sin duda. La idea
de que el amor debe ser absoluto e ilimitado es irracional, porque un pacto de
incondicionalidad rompe las leyes de las probabilidades y el azar, ya que
pretende establecer una certeza imposible.
¿Y el amor universal? No está
diseñado para una relación de dos, es para todos y, por tanto, no espera nada a
cambio. O dicho de una manera más benevolente: no es lo mismo amar a los niños
pobres de África que convivir con ellos. La convivencia con la persona que amas
requiere de unas variables distintas y a veces en contravía con el amor
universal, porque el ego está mucho más involucrado y el deseo también.
1.1.
“EL AMOR ES ETERNO”
Felicidad conyugal imperecedera,
infinita, inagotable. "Reloj no marques las horas": presente
continuo. Si el amor tiene su propia inercia, su propia dimensión temporal, si
es inmortal e indestructible, ¿qué papel juega uno en su mantenimiento? Una vez
instalado, ¿el amor manda? ¿No puedo acortarlo, alargarlo o modificarlo? Es el
síndrome de la asfixia amorosa: el amor no te toca, sino que se incrusta por
siempre. Y hay mil: si nos gusta el pensamiento mágico o somos amantes de la
Nueva Era, el amor puede sentirse en quinta dimensión: no sólo funciona en esta
vida, sino en las otras. Fusión total e irremediable, almas gemelas que vagan
por el cosmos hasta reencontrarse nuevamente para alcanzar el amor perfecto de
Platón, la fantasía de Stendhal o la fascinación a la que aludía De Rougemont.
Por desgracia para los soñadores,
el enamoramiento o amor romántico es de tiempo limitado (más a menos, de dos a
tres años).El amor pasional, si no haces nada para mantenerlo activo, tiende a
bajar; ésa es su dinámica natural. El único amor estable que puedo concebir es
aquél que surge de los acuerdos, la amistad de pareja y la afinidad en algunos
intereses básicos. Bernard Shaw decía que el matrimonio ocurre. "Cuando
dos personas se encuentran bajo la influencia de la más violenta, la más demente,
la más engañosa y la más transitoria de las pasiones. Se les exige que juren
que permanecerán en ese estado excitado, anormal y agotador hasta que las
muerte los separe". ¿Juramos en vano, por ignorancia o por anhelo? Amor
prometido, y lo prometido es deuda.
Un pacto inteligente: "Hasta
que la muerte nos separe, si todo va bien...". Benjamín Franklin decía:
"Ten los ojos bien abiertos antes del matrimonio y medio cerrados
después".
Llámese casorio, noviazgo o
relación de amantes, la "atención despierta", al mejor estilo
budista, es imprescindible para sobrevivir en pareja. El mito del amor eterno
lleva implícita la idea de la certeza. Si ya me enamoré y soy correspondido, se
acabó definitivamente la soledad y ya no habrá incertidumbre sobre mi futuro
afectivo.
1.
PENSAMIENTOS
NEGATIVOS FRENTE A UNO MISMO
Los pensamientos negativos frente a
uno mismo que pueden alterar las relaciones afectivas y propiciar un amor
irracional surgen de esquemas o estructuras profundas que han sido adquiridas
durante la infancia. Los pensamientos negativos auto-referenciales explican en
gran medida por qué las personas son incapaces de ponerle límites al amor
cuando deben hacerlo y defender sus derechos. También explican el surgimiento
de un sinnúmero de miedos irracionales.
Para explicar lo anterior,
presentaré seis esquemas mal adaptativos con sus respectivos pensamientos
negativos.
2.1. ESQUEMA DE DEPENDENCIA PSICOLÓGICA
Las personas dependientes se
acoplan rápidamente a aquellas figuras que les despiertan la sensación de
segundad y protección. El miedo a perder el soporte psicológico y a no sentirse
protegidas hace que se entreguen irracionalmente y persistan en relaciones
disfuncionales. Esta dependencia también está asociada con una percepción de
incompetencia y baja auto-eficacia, es decir, la idea de que uno no es capaz de
enfrentar la vida exitosamente.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son del tipo: "Soy débil", "Soy
inútil", "Soy un ser indefenso".
Entonces, la conclusión es:
"Necesito alguien más fuerte que yo en quien pueda confiar y que se haga
cargo de mí".
2.2.ESQUEMA DE “INAMABILIDAD” O DEPENDENCIA EMOCIONAL (APEGO)
Lo que define el apego no es el
deseo en sí, sino la incapacidad de renunciar al deseo cuando debe hacerse, y
debe hacerse cuando alguna de las tres condiciones ya mencionadas están
presentes (no te aman, detienen tu crecimiento y/o vulneran tus principios). El
sujeto se siente fusionado y profundamente identificado con la persona amada y
su estado emocional corresponde al del enamoramiento en su fase de mayor
frenesí. Estas personas no se sienten queribles y en consecuencia crean una
marcada necesidad de ser amados. Dos miedos básicos hacen que se entreguen sin
miramientos, así el costo sea la destrucción del propio "yo": primero,
el miedo a perder el amor del otro o a no ser correspondido y, segundo, el
miedo a que si se rompe la relación, nadie más las volverá a amar. En este
caso, la dependencia no está ocasionada por la percepción de debilidad, sino
por un proceso anómalo de pura identificación afectiva donde la razón
interfiere poco o no interfiere. La distorsión de este esquema es la
magnificación e idealización del otro. En ocasiones, el apego se asocia con una
historia de deprivación emocional (es decir, privación de afecto), maltrato o
abuso.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son: "Existo por él o ella", "No
soy nada sin él o ella", "No soy querible", "No soy
deseable".
Entonces, la conclusión es:
"Sin su amor, mi vida no tiene sentido", "Si mi pareja no me
quiere, nadie lo hará".
2.3. ESQUEMA DE INDIGNIDAD ESENCIAL.
Es una variación del anterior.
Aquí, la persona no se siente digna de ser feliz, amor incluido. No por razones
de atractivo o carencia de habilidades sociales, sino en esencia. Es quizás el
peor de todos los esquemas. En lo profundo existe la creencia de que uno no es
merecedor de consideración y respeto. La emoción de base suele ser la depresión
y la resignación voluntaria a sufrir: "Ésta es, la vida que me tocó
asumir". La baja autoestima es evidente y la auto-percepción gira
alrededor de una minusvalía radical, la cual hace que estas personas se sientan
menos que los demás. Obviamente, dentro de este esquema, el rechazo afectivo de
la pareja y la violación de sus derechos se consideran casi que justificados.
El abuso en la primera infancia suele estar relacionado con este esquema
autodestructivo y su manifestación es la sumisión y la aceptación resignada de
cualquier tipo de humillación.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son: "No soy merecedor(a)", "Soy un
fracaso", "Soy miserable", "Soy poca cosa".
Entonces, la conclusión es:
"Merezco sufrir porque no tengo dignidad", "Es natural que no me
amen de la mejor manera".
2.4.ESQUEMA DE SUFRIMIENTO POR ABANDONO
Las personas que han sufrido
abandonos afectivos reiterados durante su vida buscan afanosamente la
estabilidad y la permanencia en las relaciones. El miedo a volver a sufrir un
abandono hace que negocien con sus principios y adopten actitudes de
sometimiento. Prefieren el sufrimiento de una mala relación al sufrimiento de
la separación, así sea mejor y más adaptativo este último, en tanto puede
llegar a liberarlas. La manifestación de este esquema es el pesimismo y la
interpretación catastrófica al ver signos de abandono o desamor donde no los
hay.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son: "A’ mí siempre me abandonarán",
"Nunca podré tener una relación estable", "Soy un perdedor en el
amor", "Yo soy responsable de que me abandonen".
Entonces, la conclusión es:
"No soportaría sufrir otro abandono".
2.5.ESQUEMA DE ENTRAMPAMIENTO POR CULPA
Estas personas, ya sea por
obligación o por una responsabilidad mal asumida, se involucran demasiado con
su pareja, aun a costa de su propia individualidad. Implica la creencia de que
la pareja no podrá sobrevivir o ser feliz por sí sola y por tanto deben hacerse
cargo de la misma, pese a sentirse afectiva y psicológicamente asfixiadas o
atrapadas. El miedo a que sus decisiones puedan llegar a herir a su pareja o el
miedo a sentirse culpables, egoístas o malas les impide iniciar un proceso de
independencia y liberación personal. Sienten lastima y angustia por el malestar
de la persona que supuestamente aman. Más adelante ampliaré estos conceptos en
el apartado de la codependencia y el síndrome de la nodriza. La manifestación
de este esquema es la subestimación del otro y la obsesión por tener todo bajo
control.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son: "Soy una persona mala", "No
soy lo suficientemente amable con mi pareja", "Soy egoísta",
"No me entrego lo suficiente".
Entonces, la conclusión es:
"No quiero ser una persona egoísta, mala o indiferente con mi pareja, no
importa el costo para mí".
2.6. ESQUEMA DE COMODIDAD/EVITACIÓN
La creencia de base es: "Más
vale malo conocido que bueno por conocer". Las personas que tienen este
esquema de pensar son tan cómodas que no soportan la frustración. A todo dicen
que sí para evitar el estrés de la confrontación. El miedo al cambio y a
sentirse forzadas a enfrentar una nueva situación las hace negociar con
cualquier cosa. Prefieren las estrategias de evitación a las estrategias de
resolución de problemas. Prefieren vivir mal a incomodarse para alcanzar una
meta más saludable y digna. La manifestación de este esquema es la negación del
problema, el autoengaño y la represión de recuerdos negativos.
En este esquema, los pensamientos
negativos frente a uno mismo son: "No soporto sufrir", "Soy
demasiado vulnerable", "No tengo tolerancia a la frustración".
Entonces, la conclusión es:
"Soy una persona demasiado cómoda, no quiero sufrir una separación".
3.
PENSAMIENTOS
CONFORMISTAS FRENTE A LOS MANDATOS SOCIALES
Nadie duda de que el aprendizaje de
las normas sociales es importante para el desarrollo integral de los individuos
y por ende de la cultura misma. Sin embargo, algunas pautas sociales, como por
ejemplo las relacionadas con el amor de pareja idealizado, pueden resultar
contraproducentes si se toman muy a pecho y se ignoran las excepciones a la
regla.
Si el mandato social no reconoce
salvedades, se convierte en un imperativo insalvable o en totalitarismo moral.
La palabra clave para flexibilizar los mandatos sobre el amor y la pareja es:
depende. ¿Hay que luchar por el matrimonio? Depende; si la relación afecta mis
principios, no. ¿La separación es sinónimo de fracaso? Depende; a veces es
liberación o una suerte. ¿Hasta que la muerte nos separe? Depende; si todo va
bien y no se vulneran mis derechos.
Esto no implica asumir una actitud
negativa y generalizada frente a todos los preceptos sociales, más bien lo que
sugiero es asumir una actitud crítica frente a ciertas exigencias y no tragar
entero. Hay cuestiones personales, profundamente idiosincrásicas, que solamente
uno puede elucidar. El conformismo o la adecuación ciega a los cánones
culturales se llama "normatividad": la creencia de que las normas
deben ser respetadas y acatadas a como dé lugar, no importa su grado de
irracionalidad o de desajuste con la realidad. El apego irrestricto a las
reglas y el miedo a salirse de ellas hace que la capacidad de exploración se
vea prácticamente reducida. La gente normativa o conformista no es capaz de
tomar decisiones por sí misma y tiene dificultades para ensayar comportamientos
nuevos que no estén autorizados por las "buenas costumbres".
Algunos imperativos sociales sobre
el amor y el matrimonio, así como ciertas normas de urbanidad afectiva, parecen
estar diseñados por fanáticos de la insensibilidad y el auto-castigo. Por
ejemplo, se exalta la estabilidad afectiva como un valor que se debe emular,
así sea "aguante" o simple resistencia, mientras que el placer y la
felicidad son vistos como sospechosos de laxitud y falta de autocontrol.
Estoicismo amoroso, deberes más que derechos: "Nunca seas un desertor del
amor", pero sí un suicida amoroso.
Veamos algunos de los mandatos
sociales que nos impiden resolver satisfactoriamente nuestra vida afectiva y
ponerle límites al amor enfermo.
3.1. PRIMER MANDATO SOCIAL: “ LA SEPARACIÓN ES UN FRACASO”
Es obvio que el paso de la ilusión
a la desilusión afectiva impacte negativamente a quien ha decidido entregarse
en cuerpo y alma a su consorte. Sin embargo, creo que debemos matizar la
cuestión con una buena cantidad de realismo, así los casamenteros se molesten.
Algunas separaciones son liberadoras y otras, traumáticas; algunas son
dolorosas y otras, placenteras.
Cuando me separé, después de quince
años de -casado, muchos de mis pacientes no volvieron a las citas porque
consideraban que yo había "fracasado en mi matrimonio".
Por el contrario, yo veía mi
separación como un logro y una segunda oportunidad que la vida me ofrecía. Me
había dado cuenta a tiempo, y ella también, de que debíamos seguir nuestros
propios caminos. Una buena separación es siempre mejor y más saludable que un
mal matrimonio, no solamente para la pareja sino también para los hijos. Como
sea, la mayoría de k gente se acercaba a mí con actitud de pésame y
demostrándome sentimientos de consideración por la pérdida. Muy pocos me
dijeron: "Si ha sido por el bien de todos, mejor".
Mientras respetes a los demás,
tienes el derecho de cuestionar los
mandatos. Mijail Bakunin afirmaba que ser personalmente libre "significa
no reconocer ninguna verdad que no haya sido aceptada por la propia conciencia".
Insisto: no sostengo que haya que
pasarse los semáforos en rojo porque "eso me dicta la conciencia". Lo
que sugiero es crear la mayor resistencia posible ante cualquier intento de
lavado cerebral y defender la posibilidad de ser feliz como una opción válida;
ésa es la condición ineludible de la dignidad humana.
3.2. SEGUNDO MANDATO SOCIAL: “ QUE VA A PENSAR LA GENTE SI ME SEPARO”
Una mujer que se separó hace poco
me decía: "No entiendo a la gente... Antes tenía fama de idiota porque
aceptaba que mi marido tuviera otras mujeres, pero ahora que lo mandé a la
porra y salgo con otros hombres, me critican porque dicen que me comporto como
una puta".
Conclusión: hagas lo que hagas, la
mitad de las personas te va a criticar.
La necesidad de aprobación es una
enfermedad que requiere ayuda profesional, y se define como la creencia de que
debo ser aprobado y amado por todas las personas significativas de mi
comunidad. Es la aprobación como exigencia y no como preferencia. Es agradable
recibir refuerzos, pero si se convierte en una necesidad imprescindible, ya estamos
en la adicción interpersonal: El pensamiento que impulsa a actuar a estas
personas es: "Debo agradar a los demás a cualquier costo".
Si te importa demasiado la opinión
de la gente, la buena noticia es que los separados pasan de moda muy rápido. Al
cabo de uno o dos meses otra persona ocupará el centro del chisme y tú serás
historia. ¿Por qué le das tanta importancia a la opinión de los demás? La gente
que te critica no te ayudará a mudarte, a criar los hijos, a conseguir el
dinero para pagar el alquiler, es decir, no te servirán de soporte en ningún
sentido cuando te sientas mal. Entonces, ¿para qué tenerlos en cuenta?
Una paciente afirmaba que su mayor
preocupación cuando el marido le gritaba, la insultaba y rompía cosas era lo
que iban a pensar los vecinos. Por eso, la estrategia de la atribulada señora
consistía en apaciguar al enfurecido hombre dándole gusto o la razón, así no la
tuviera. Buda decía en una de sus parábolas que si alguien te clava una flecha,
sería absurdo preguntarte mientras estás sangrando a borbotones cuál fue el
ángulo de entrada de la misma, la casta del guerrero que te disparó o de qué
material está confeccionada el arma: ¡lo importante es que te estas muriendo!
Confundir lo urgente con lo importante es un error típico en el que caen las
personas que son víctimas de este mandato social.
La preocupación: "Qué van
pensar de mí" crea una personalidad encapsulada, con un marcado bloqueo a
cualquier forma de espontaneidad. Un paciente hombre perdía su erección porque
su mujer gritaba mucho durante el acto sexual, lo cual, según él, alertaba a
los vecinos.
Para que el hombre pudiera
funcionar, la mujer tuvo que reemplazar sus quejidos por susurros.
Pregunto nuevamente: ¿por qué es
tan importante lo que; piensa la gente durante un proceso de separación o
discusión? ¿Acaso los demás tienen algún tipo de sabiduría de la cual te
podrías ver beneficiada o beneficiado? Si estás pendiente de la aprobación de
los demás para tomar decisiones, no podrás ponerle límites al amor, porque la gente
es especialmente dura con los que se liberan del yugo de un amor enfermizo; no
sé si es envidia o moralismo, pero en casi todas partes suele ser así. No
necesitas del visto bueno del público para ser feliz. Al que no le guste, que
no mire o que se tape los oídos.
3.3. TERCER MANDATO SOCIAL: “ MI DEBER ES LUCHAR POR EL MATRIMONIO”
Luchar por el matrimonio implica
tener con quién compartir "la lucha". Salvar una relación siempre es
un trabajo de dos: si no hay con quién, el problema se hace irresoluble o queda
latente.
Una mujer, entre lágrimas, me
comenta: "Mi marido tiene una amante desde hace tres años y cada vez que
toco el tema me insulta... Pero no me voy a dar por vencida: voy a luchar por
mi matrimonio". En otra cita, el marido me dice lacónicamente: "Mi
esposa es la madre de mis hijos y la quiero, pero no la amo ni la deseo... Amo
a mi amiga y espero poder irme a vivir con ella lo antes posible. Ya le he
dicho esto a mi esposa cientos de veces, pero ella insiste en que le dé otra
oportunidad".
En la vida, corno en el amor, hay
que saber perder. ¿No te aman? Verifica la información, tantea el desamor de tu
pareja y, si es verdad, nada qué hacer, se acabó. Duele hasta el alma, pero,
¿de qué sirve seguir luchando, si ya se perdió la guerra o si la lucha es
indigna? Es más adaptativo reemplazar la resignación negativa (aguantar y
tolerar los golpes, las mentiras o los engaños) por una resignación positiva:
"Ya no hay nada qué hacer". ¡Qué alivio!
Como ya dije: lo ideal es ser capaz
de pasar del sufrimiento inútil, que se genera al estar empantanado en una
relación sin futuro, al sufrimiento útil de la elaboración del duelo. No puede
ser una norma generalizada la de luchar a brazo partido por cualquier relación,
sea buena o mala. La perseverancia también tiene un límite. El mandato de la
permanencia afectiva, que tanto defiende la cultura casamentera, hace que
millones de personas sigan "durando" y tratando de mantener por
obligación relaciones totalmente descabelladas.
¿Luchar o no luchar? Depende; si mi
dignidad no está en juego y si el esfuerzo se justifica, estaré presente en
cuerpo y alma. Salvar lo salvable en la conjunción de la pasión, la amistad y
la ternura, sin violencia. El amor es una cuestión de calidad total, lo bueno
no "tapa" lo malo. Si tu pareja es tierna por la mañana y te maltrata
por la noche, el maltrato no se diluye en el cariño mañanero.
3.4. CUARTO MANDATO SOCIAL: “ LA MUJER ES EL PILAR DE LA FAMILIA”
Me pregunto: ¿Y el varón? Sin
querer ser extremista, es obvio que la sociedad patriarcal ha intentado
endilgarle responsabilidades irracionales a la mujer para limitar su
crecimiento y someterla. Si la mujer en verdad es el pilar de la familia, nunca
podrá actuar pensando en sí misma, porque llevará sobre sus hombros una doble
carga: el deber ancestral y el pecado original. ¿Ha cambiado radicalmente la
cosa? No tanto como debería, las viejas ordenanzas siguen estando
subrepticiamente en el subconsciente colectivo. ¿Cómo olvidar la orden bíblica
dada a Eva en el Génesis 3:16?: "Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te
dominará". Poner la autoestima en manos de otro ha sido la regla; buscar
el matrimonio ideal y ser la esposa perfecta, la meta. Esta frase de san
Bernardino, un franciscano del siglo XV, sigue vigente en más de un grupo
social: "Tal como el sol es el ornamento del cielo, así la sabia y
prudente esposa es el ornamento del hogar".
En realidad, los pilares de la
familia (no el pilar) son todos los adultos responsables que hacen parte del
grupo familiar: padre, madre e hijos. La idea de que "la reina manda en
palacio" es un invento de los reyes para que ellas pudieran sentirse
poderosas, un reparto del poder malintencionado para no correr riesgos, pura
distracción política. No descarto la posibilidad de que algunas mujeres se sientan
orgullosas de ser el sostén moral de la familia y que obtengan una sensación de
auto-realización al asumir ese papel. Sin embargo, en situaciones difíciles,
cuando el amor ha cruzado los límites de lo aceptable, este mandato puede
devolverse como un bumerán y eclipsar la posibilidad de construir una nueva
vida.
Sentirse la columna vertebral de la
familia lleva, tarde que temprano, a la abnegación total, ya que el costo de no
querer asumir el papel asignado implicaría el "derrumbe de la
sociedad" o el "sufrimiento de los integrantes de la familia".
Culpa y responsabilidad ilimitadas: la mujer es la reserva moral y espiritual
de la humanidad. ¡Qué carga! Es evidente que si una mujer se cree este cuento,
nunca se dará por vencida frente al desamor y tratará de defender a toda costa
su relación de pareja, así muera en el intento.
Cada
golpe, insulto o desprecio será asumido con la entereza del mártir o la
valentía de la heroína. El deber manda y fustiga. Como veremos más adelante, el
culto al sufrimiento ha calado muy hondo en la construcción social del
imaginario femenino
CAPITULO II
2.
LOS MITOS
DEL AMOR ROMÁNTICO: PRÍNCIPES AZULES, PRINCESAS, MEDIAS NARANJAS Y ETERNIDAD.
La palabra "mito"
proviene del vocablo griego “mythos”, comúnmente interpretado en nuestra lengua
como "narración" o "relato". Los mitos ayudaron a los seres
humanos a explicar los fenómenos naturales y poseyeron siempre un poder de
trascendencia, una dimensión emotiva, religiosa y espiritual que se expresaba
simbólicamente a través de relatos. Platón y Aristóteles lo usarán como término
opuesto a logos, que es el discurso razonado y objetivo. La palabra mythos en
la Antigüedad, posee así unas connotaciones emotivas y ficcionales; los mitos
eran explicaciones del mundo no racionales, y por tanto no servían para
explicar la realidad ni para acceder al conocimiento, aunque ni Platón ni
Aristóteles consiguieron elaborar su Filosofía sin recurrir a ellos.
Entre todas las definiciones que
hemos encontrado, nos parece que la definición de Carlos García Cual es una de
las más eficaces y concretas: “Mito es un relato tradicional que refiere la
actuación memorable y ejemplar de unos personajes extraordinarios en un tiempo
prestigioso y lejano. (...) El relato mítico tiene un carácter dramático y
ejemplar. Se trata siempre de acciones de excepcional interés para la
comunidad, porque explican aspectos importantes de la vida social mediante la
narración de cómo se produjeron por primera vez tales o cuales hechos”.
Por su parte, Karen Armstrong
(2005) afirma que los mitos más impactantes tratan sobre situaciones límite y
nos obligan a ir más allá de nuestra experiencia. Tratan de lo desconocido; su
función es ayudarnos a hacer frente a los conflictos humanos. En este sentido,
los mitos han sido la base de todas las culturas humanas, porque han otorgado a
la sociedad modelos de conducta y actitudes, han ofrecido héroes y heroínas que
superaban situaciones difíciles con valentía, inteligencia, astucia o
estrategias. En los orígenes, ayudaban a las personas a encontrar su lugar en
el mundo y su verdadera orientación, porque ayudan a saber de dónde venimos
(mitos sobre antepasados), a dónde vamos, y también ayudan a explicar esos
momentos sublimes en que nos sentimos transportados más allá de nuestras
preocupaciones prosaicas.
Todas las mitologías hablan de un
mundo paralelo al nuestro; es una realidad invisible pero más intensa que a
veces se identifica con el mundo de los dioses. A esta creencia se la ha
llamado “filosofía perenne” porque ha impregnado la mitología y la organización
ritual y social de todas las sociedades antes del advenimiento de nuestra
modernidad científica, y todavía hoy sigue influyendo en las sociedades
tradicionales. Los mitos explicaban cómo se comportaban los dioses para
permitir a hombres y mujeres imitar a esos seres poderosos, y así experimentar
ellos también la divinidad.
Armstrong cree también que el mito
es una guía, que transmite un código ético y que, además, ha configurado la
base de todas las religiones. En el caso de las religiones monoteístas como la
cristiana, la musulmana y la budista, todas se han forjado a partir del mito
del viaje heroico, que nos explica qué tenemos que hacer si queremos
convertirnos en seres humanos completos: “El héroe tiene la sensación de que en
su vida o en su sociedad falta algo. Por eso abandona el hogar u emprende
peligrosas aventuras. Lucha contra monstruos, escala montañas inaccesibles y
atraviesa oscuros bosques, y mientras su antiguo yo muere y el héroe descubre
algo o aprende alguna habilidad que después transmite a su pueblo. (...) El
mito del héroe está tan arraigado que hasta la vida de figuras históricas como
Buda, Jesús, o Mahoma se cuenta siguiendo ese esquema arquetípico probablemente
forjado en la era paleolítica”.
El mito, pues, ha estado siempre asociado
a la experiencia de lo trascendente, inherente a la condición humana. Los
humanos necesitan irrupciones en la rutina y la realidad de la vida cotidiana
para trascenderla, para experimentar otras dimensiones temporales gracias a la
intensidad de lo vivido. Siempre han necesitado esos mecanismos de escape que
les sitúen en otra realidad, que les arrebaten, que les hagan entrar en éxtasis
o en trance para sentir que pueden superar el aquí y el ahora.
Joseph Campbell (1964) afirma que
una de las funciones del mito es apoyar el orden social en vigor, para integrar
al individuo. Según él la función social de una mitología y de los ritos que la
expresan es fijar en todos los miembros del grupo en cuestión un “sistema de
sentimientos” que habrá de unirle espontáneamente a los fines de dicho grupo.
Kirk (1990) cree que los mitos surgieron como trucos narrativos que utilizaron
los humanos para socializar a los niños y facilitar su integración psíquica en
la sociedad. Son, desde este punto de vista, narraciones contra el terror que
provoca lo desconocido, explicaciones del mundo que guían a los humanos en sus
primeras fases de socialización.
Los mitos, sin embargo, no han
permanecido invariables; cambian con las culturas, se adaptan a nuevas
realidades socioeconómicas y políticas que se consolidan gracias al apoyo del
sistema simbólico y mitológico creado para sustentarlo. En Occidente, pese al
proceso de desacralización de la sociedad característica de la posmodernidad,
los mitos siguen cumpliendo estas funciones, aunque con variaciones.
Denis De Rougemont (1939) cree que
necesitamos los mitos “para expresar el hecho oscuro e inconfesable de que la
pasión está vinculada con la muerte y que supone la destrucción para quienes
abandonan a ellas todas sus fuerzas. (...) La oscuridad del mito nos permite,
así, acoger su contenido disfrazado y gozar de él con la imaginación, sin tomar
una conciencia lo bastante clara para que estalle la contradicción”. El mito
expresa esas contradicciones y actúa en todos los lugares “en que la pasión es
soñada como un ideal y no temida como una fiebre maligna”. También en los
lugares en que la fatalidad es requerida, imaginada como una bella y deseable
catástrofe.
Centrándonos en los mitos del amor
de pareja, De Rougemont cree que el mito del amor cortés ha llegado a nosotros
a través de la Literatura en un proceso progresivo de profanación: “Cuando los
mitos pierden su carácter esotérico y su función sagrada se resuelven en
literatura. El mito cortés, mejor que cualquier otro, se prestaba a ese
proceso, puesto que había podido traducirse sólo en términos de amor humano,
aunque entendidos en sentido místico”. Una vez desvanecido ese sentido, quedó
una retórica que expresaba la necesidad de un ideal “que había dejado en la
conciencia un conocimiento místico reprobado y luego perdido”.
El principal mito que encontramos
en el romanticismo es la frase que concluye los relatos de amor: “y vivieron
felices, y comieron perdices”. La estructura mítica de la narración amorosa es
casi siempre la misma: dos personas se enamoran, se ven separadas por diversas
circunstancias, obstáculos (dragones, bosques encantados, monstruos terribles)
y barreras (sociales y económicas, religiosas, morales, políticas).
Tras superar todos los obstáculos,
la pareja feliz por fin puede vivir su amor en libertad. Evidentemente, como
mito que es, esta historia de obstáculos y superaciones está atravesada por las
ideologías patriarcales, que ponen la misión en manos del héroe, mientras que
la mujer espera en su castillo a ser salvada: él es activo, ella pasiva (el
paradigma de este modelo es la Bella Durmiente, que pasó nada más y nada menos
que CIEN!!!!! años dormida esperando a su príncipe).
Los dos principales mitos del amor
romántico son el príncipe azul y la princesa maravillosa, basados en una rígida
división de roles sexuales (él es el salvador, ella es el descanso del
guerrero) y estereotipos de género mitificados (él es valiente, ella miedosa,
él es fuerte, ella vulnerable, él es varonil, ella es dulce, él es dominador,
ella es sumisa). Estos modelos de feminidad y masculinidad patriarcal son la
base de gran parte del dolor que experimentamos al enamorarnos y
desenamorarnos, porque se nos vende un ideal que luego no se corresponde con la
realidad.
Principalmente porque todos somos
fuertes y frágiles, activos y pasivos, dominadores y sumisos; pero curiosamente
nos encajonamos en unas etiquetas que determinan nuestra identidad,
sentimientos, actitudes y comportamiento para toda la vida. Estas etiquetas nos
dan una seguridad (soy el abuelo en la familia, soy el profesor en la escuela,
soy la esposa complaciente, soy la ejecutiva agresiva, soy el adolescente
problemático, soy el chico romántico, soy la joven alocada, soy el jefe
tiránico...), pero nos quitan libertad para reinventarnos, para cambiar,
evolucionar o aprender nuevas formas de relacionarnos. La pareja, por ejemplo,
es una categoría social mitificada como el lugar donde hallar gozo, paz, calma,
tormento, alegrías, estabilidad, bajo la promesa de la fusión total. Son muchos
los enamorados y enamoradas que desean levantar cuanto antes su amor sobre la
estructura sólida de la pareja feliz, un mito que ayuda a concluir los relatos
y que se presenta como el paraíso sentimental gracias al cual evadirnos de esta
realidad.
Hasta ahora la feminidad pasiva ha
sido mitificada en los relatos para tranquilizar a los machos y suavizar su
ancestral miedo a las mujeres, por un lado, y para ofrecer modelos de sumisión
idealizada a las mujeres, por otro. Muchas de las mujeres de las culturas
patriarcales han sido educadas para asumir en muchos casos el rol de mujer fiel
cuya máxima en la vida no es alcanzar la libertad (deseo masculino por
excelencia), sino el amor a través de un hombre (lo que se supone que es normal
en las mujeres).
La princesa del cuento es una mujer
de piel blanca y cabellos claros, rasgos suaves, voz delicada, que se siente
feliz en un ámbito doméstico (generalmente un lujoso palacio, al cuidado de sus
padres) y cuyas aspiraciones son muy simples: están siempre orientadas hacia el
varón ideal de sus sueños. La princesa es leal a su amado, lo espera, se guarda
para él, como hiciera Penélope durante más de veinte años esperando a Ulises.
La princesa encontrará su autorrealización en el gran día de su vida; la boda
con el príncipe. La princesa es una mujer discreta, sencilla, llena de amor y
felicidad que quiere colmar de cuidados y cariño a su esposo y que además le
dará hijos de cuya paternidad podrá estar seguro. Es una mujer buena frente a
las mujeres malas, aquellas representadas como seres malvados, egoístas,
manipuladores, caprichosos, insaciables, débiles y charlatanes. Las malas
disfrutan pasionalmente del sexo, pero a pesar de que atraen a los hombres por
su inteligencia y sus encantos, no ofrecen seguridad al macho, que casi nunca
las eligen para ser princesas ni les piden matrimonio. Son tan atractivas como
peligrosas, por eso evitan enamorarse de ellas, como fue el caso de Ulises con
Circe.
El príncipe azul es otro mito que
opera en el imaginario femenino porque se nos ofrece siempre como figura
salvadora, del mismo modo que
Jesucristo o Mahoma salvaron a la
Humanidad de sus pecados. Nótese que Eva es la mujer mala por cuya curiosidad y
desobediencia los seres humanos fuimos condenados al dolor y la muerte. Sólo un
Hombre como Jesús podía venir a salvarnos; pero ni con su muerte logró que su
padre nos perdonase.
Jesús es un hombre bueno y valiente
que cree en las causas justas y no le importa sacrificarse por ellas. Del mismo
modo, el príncipe azul es un héroe porque pone la misión (matar al dragón,
encontrar al tesoro, derrotar a las hordas malvadas, devolver el poder a algún
rey, etc) por delante de su propia vida. El príncipe azul es un hombre activo,
saltarín, espadachín, gran atleta, buen jugador, gran estratega, noble de
corazón. Es joven, travieso, algo ingenuo; a las mujeres les derrite este
modelo porque es un ser valiente y bueno que necesita campo para correr y que
pese a su gallardía, es tierno y dulce en la intimidad. El príncipe se
convierte en Hombre en todos los relatos, porque la aventura que vive es su
rito de paso de la juventud a la adultez, dado que tiene que superarse a sí
mismo para poder lograr su triunfo (el amor de la princesa rosa). Así podrá
protegerla, enseñarla, amarla para siempre y hacerle muchos hijos.
Estos dos mitos de género y la
mayor parte de los mitos amorosos surgieron en la época medieval; otros han ido
surgiendo con el paso de los siglos, y finalmente se consolidaron en el XIX,
con el Movimiento Romántico. De ellos nos quedan, según Carlos Yela García
(2002), unos cuantos que configuran nuestras estructuras sentimentales en la
actualidad:
• Mito de la media naranja,
derivado del mito amoroso de Aristófanes, que supone que los humanos fueron
divididos en dos partes que vuelven a unirse en un todo absoluto cuando
encontramos a nuestra “alma gemela”, a nuestro compañero/a ideal. Es un mito
que expresa la idea de que estamos predestinados el uno al otro; es decir, que
la otra persona es inevitablemente nuestro par, y solo con ella nos sentimos
completos. El mito platónico del amor expresa un sentimiento profundo de
encuentro de la persona consigo misma, “y su culminación es recuperar los
aspectos que nos fueron amputados y de esa manera, recuperar nuestra propia y
completa identidad. Es decir, poder ser todo lo que somos y lo más plenamente
posible” (Coria, 2005). El mito de la media naranja sería una imagen ingenua y
simplificada del mito platónico que intenta transmitir esa búsqueda de la
unidad perdida, pero su principal defecto es, según Coria, que uno más uno
termina resultando uno, lo cual es un grave error, no sólo aritmético, que es
asimilado mayoritariamente por mujeres.
• Mito de la exclusividad: creencia
de que el amor romántico sólo puede sentirse por una única persona. Este mito
es muy potente y tiene que ver con la propiedad privada y el egoísmo humano,
que siente como propiedades a las personas y sus cuerpos. Es un mito que
sustenta otro mito: el de la monogamia como estado ideal de las personas en la
sociedad.
• Mito de la fidelidad: creencia de
que todos los deseos pasionales, románticos y eróticos deben satisfacerse
exclusivamente con una única persona: la propia pareja.
• Mito de la perdurabilidad (o de
la pasión eterna): creencia de que el amor romántico y pasional de los primeros
meses puede y debe perdurar tras miles de días (y noches) de convivencia.
• Mito del matrimonio o
convivencia: creencia de que el amor romántico-pasional debe conducir a la
unión estable de la pareja, y constituirse en la (única) base del matrimonio (o
de la convivencia en pareja). Esto nos crea problemas porque vimos que la
institucionalización de la pasión, y el paso del tiempo, acaban con ella. Por
eso nos divorciamos y buscamos nuevas pasiones que nos hagan sentir vivos, pero
en seguida la gente vuelve a casarse, cometiendo el mismo error que la primera
vez. El matrimonio en la Era de la soledad ha visto, así, aumentada su
dimensión mitológica e idealizada: “La idolatría del matrimonio es la
contrapartida de las pérdidas que produce la modernidad. Si no hay Dios, ni
cura, ni clase, ni vecino, entonces queda por lo menos el Tú. Y la magnitud del
tú es el vacío invertido que reina en todo lo demás. Eso significa también que
lo que mantiene unido al matrimonio y a la familia no es tanto el fundamento
económico y el amor, sino el miedo a la soledad” (Ulrick y Elisabeth Beck,
2001).
• Mito de la omnipotencia: creencia
de que “el amor lo puede todo” y debe permanecer ante todo y sobre todo. Este
mito ha sujetado a muchas mujeres que han creído en este poder mágico del amor
para salvarlas o hacerlas felices, pese a que el amor no siempre puede con la
distancia, ni los problemas de convivencia, ni la pobreza extrema.
• Mito del libre albedrío: creencia
que supone que nuestros sentimientos amorosos son absolutamente íntimos y no
están influidos de forma decisiva por factores socio-biológicos-culturales
ajenos a nuestra voluntad.
• El mito del emparejamiento:
creencia en que la pareja es algo natural y universal. La convivencia de dos en
dos ha sido, así, reificada en el imaginario colectivo, e institucionalizada en
la sociedad.
Gracias a nuestra actividad
racional, la Humanidad puede no solo construir mitos, sino también de
construirlos, porque en ellos están insertos los miedos, las motivaciones, el
sistema de creencias, los valores, la ética, los modelos a seguir y los deseos
de los miembros de esa cultura. En el caso del romanticismo patriarcal, creo
que es fundamental exponer las entrañas de sus mitos para poder acabar con la
desigualdad y con el patriarcado a nivel narrativo, emocional e ideológico. Es
importante mostrar la falsedad de esas idealizaciones que nos encajonan en unas
máscaras sociales, que empobrecen nuestras relaciones y nos hacen sufrir porque
chocan con la Realidad, generalmente menos bella y maravillosa que la fantasía
amorosa.
La simplicidad de los estereotipos
de género invisibiliza la amplia gama de modos de ser, de estar y de
relacionarse que existen para hombres, mujeres y gente transgénero. Nos
encierra en unos supuestos sobre lo que deberíamos ser, cómo deberíamos estar y
sentir. De igual modo, los mitos amorosos crean unas expectativas desmesuradas
que luego causan una intensa decepción, más hoy en día que no tenemos
tolerancia al no; nos frustra todo enormemente porque nos ilusionamos con las
promesas que nos venden en los relatos de la sociedad globalizada. El modelo de
amor idealizado y cargado de estereotipos aprisiona a la gente en divisiones y
clasificaciones perpetuando así el sistema jerárquico, desigual y basado en la
dependencia de sus miembros en el que vivimos.
Además, provocan dolor en la gente
porque el amor no es eterno, ni perfecto, ni maravilloso, ni nos viene a salvar
de nada. La utopía del amor romántico, con sus idealizaciones, es la nueva
religión colectiva que nos envuelve en falsas promesas de autorrealización,
plenitud, y felicidad perpetua. De ahí la insatisfacción permanente y la
tensión continua entre el deseo y la Realidad que sufrimos los habitantes de la
posmodernidad.
Y es que nos pasamos la vida
sufriendo decepciones precisamente por estas “ilusiones” que nos invaden en
forma de espejismo. Es cierto que nos ayudan a evadirnos, pero quizás estamos
en un momento en el que deberíamos dejar de entretenernos y de escaparnos tanto
de la Realidad que no nos gusta. La desigualdad, la pobreza, el hambre, las
guerras, el engaño de políticos y empresarios a las comunidades, el destrozo
medioambiental y la sensación de que nada es lo que parece (ni la democracia,
ni la paz, ni los Estados) invaden los telediarios. Y mientras, las mujeres
siguen esperando a su príncipe azul y los hombres a sus princesas virginales en
un círculo vicioso que no se completa jamás, porque no existen y porque las
personas somos infinitamente más complejas y contradictorias que los personajes
planos de los cuentos patriarcales.
Lo lógico debería ser poder
transformar los relatos, contar nuevas historias, cambiar los modelos
idealizados que han quedado obsoletos, construir héroes y heroínas de carne y
hueso, crear nuevos mitos que nos ayuden a construir unas sociedades más
justas, igualitarias, ecologistas, cultas y pacíficas. Encaminar nuestros
esfuerzos al bien común, trabajar para proponer otras realidades, luchar por
construir otras nuevas en lugar de huir de lo que hay mediante paraísos
emocionales y promesas de salvación individuales.
2.1. EL MITO DE LA MONOGAMIA
La monogamia es un mito, y en
contra de lo que mucha gente cree, no es algo natural, sino que es una
construcción social humana que surge en algunas culturas y en otras no. La
monogamia es un relato ejemplarizante, un modelo a seguir que se graba en
nuestras conciencias como si fuera una ley divina.
La relación amorosa monogámica está
basada en un contrato de exclusividad sexual, por lo tanto tiene una base
social y cultural, pero no biológica. La monogamia es ensalzada por la cultura
patriarcal como una de las esencias del amor verdadero, por eso el adulterio es
otro relato que rechaza las relaciones al margen de ese modelo. El adulterio es
clandestino y subversivo porque representa la ruptura de ese pacto conyugal, y
no solo sacude los cimientos de la pareja, sino también los de la institución
familiar y por extensión, la estructura social al completo.
Manifiesta, como la prostitución,
toda la hipocresía de la sociedad burguesa, ya que es un fenómeno muy frecuente
en una sociedad que dice ser monogámica, y porque constituye la fuente de gran
parte de las historias de amor que consumimos a través de los medios de masas y
los productos de las industrias culturales.
David P. Barash y Judith Eve Lipton
(2003) demostraron que la monogamia es un mito que cada vez tiene menos
fundamento. En el mundo animal, especialmente entre los mamíferos, la monogamia
es una rareza: De entre cuatro mil especies de mamíferos, no más de unas pocas
docenas forman vínculos de pareja fiables, como los murciélagos (solo unas
pocas especies), ciertos cánidos (en especial zorros), unos pocos primates
(como los titís), un puñado de ratones y ratas, la nutria gigante de Sudamérica,
el castro del norte, unas cuantas especies de focas y un par de pequeños
antílopes africanos.
También lo es en la especie humana:
Barash y Lipton presentan diversos estudios que demuestran esta
excepcionalidad:
– De 185 sociedades humanas
examinadas por el antropólogo C.S.Ford y el psicólogo Frank Beach, solo 29
(menos del 16%) restringían formalmente a sus miembros a la monogamia. Además
de permitir el sexo extramarital entre parientes designados, otras sociedades monógamas
aprueban el sexo extramarital en momentos específicos, de modo especial en festividades
religiosas o de recogida de la cosecha, como el carnaval brasileño.
– En su estudio clásico Social
structure el antropólogo G.P. Murdoch descubrió que entre 239 sociedades
humanas distintas de todo el mundo, solo en 43 se imponía la monogamia como
único sistema matrimonial aceptable.
– Un estudio de 56 sociedades
humanas diferentes descubrió que en nada menos que en un 14% de ellas
prácticamente todas las mujeres mantenían CFP (cópulas fuera de la pareja),
mientras que en un 44% hacía lo propio una proporción moderada, y en un 42% las
mantenían relativamente pocas.
- En el caso de los hombres: casi
todos los hombres practicaban CFP (cópulas fuera de la pareja) en un 13% de las
sociedades, una proporción moderada de ellos hacía otro tanto en un 56% y unos
pocos lo hacían en un 31%.
La monogamia es tratada por la sociobiología
como un mecanismo de perpetuación de la especie: autores como David Buss, Helen
Fisher o Campillo Álvarez entienden que la fidelidad sexual está originada por
la necesidad de los hombres de asegurarse la paternidad, y la necesidad de las
mujeres de obtener la protección de los hombres. Creen, en esta línea, que los
celos representan la fuerza del egoísmo de los genes, cuya obligación es
transmitirse. Hasta la llegada de las pruebas de ADN a finales del siglo XX,
los machos solo tenían una forma de garantizar que las crías de su compañera
fueran suyas: copular a diario con ella y vigilarla.
Para autoras como Helen Fisher
(2004), los celos son una respuesta adaptativa humana. Son útiles tanto para
acabar una relación como para mantenerla. Los celos pueden, en su vertiente
negativa, perjudicar una relación, porque las personas celosas tienden a
estrechar la vigilancia sobre el compañero o la compañera y porque se reduce la
confianza mutua de la pareja. Por otro lado, sin embargo, los psicólogos creen
que los celos pueden servir para que el compañero desconfiado vuelva a confiar
en su pareja gracias a declaraciones de fidelidad y afecto, lo que pueden contribuir
a la durabilidad de la relación. Sin embargo, también pueden ser señal de que
la relación está fallando y la persona celosa puede tener miedo a contraer
enfermedades de transmisión sexual, y a quedarse sola.
A través de las relaciones sexuales
ocasionales, la mujer también se asegura protección contra los conflictos que surjan
con otros hombres o con competidores. Tener un segundo compañero que la
defienda y proteja puede ser especialmente ventajoso para las mujeres que
corran un riesgo elevado de ser violadas. Para Buss, un amante sirve asimismo
como posible sustituto del compañero habitual de la mujer si este le abandona,
se pone enfermo o cae herido, es estéril o muere, acontecimientos todos ellos bastante
frecuentes en un entorno ancestral.
En un estudio realizado por David
Buss y Heidi Greiling, se puso de manifiesto que las mujeres tienen aventuras
fundamentalmente cuando no están satisfechas con su pareja, o cuando tratan de
sustituirla, o para hacer más fácil la ruptura con ella. Por su parte, Baker y
Bellis han hallado que las mujeres suelen tener relaciones extramatrimoniales
con hombres de posición social más elevada que la de sus maridos. Si os dais
cuenta, todos los motivos que encuentran los científicos no residen en el deseo
sexual femenino, sino en su necesidad de recursos. Esta necesidad no se da en culturas
no patriarcales, de modo que no se puede suponer que todas las humanas viven en
culturas donde son marginadas del poder.
Según Barash y Lipton, la
violación, el maltrato, el divorcio, el matrimonio, los celos y las peleas
conyugales no son fenómenos exclusivamente humanos. Los animales machos y
hembras son felices cuando reina la armonía entre ellos, se enfurecen si sus
parejas les son infieles, abandonan a sus parejas si encuentran otras mejores,
y cambian de pareja si la suya se muestra excesivamente violenta y celosa. De
algún modo estos estudios en el campo de la biología nos ayudan a entender que los
celos son un fenómeno que se da entre los seres vivos que se relacionan sexualmente,
pero obviamente también se entiende que la monogamia total y exclusiva es un
fenómeno extraordinario; es más bien un ideal mitificado que una realidad.
El problema de la moral monogámica
es que la fidelidad a menudo se impone por la fuerza física o a través de la
violencia simbólica: “El adulterio —o las sospechas de adulterio— es una de las
grandes causas de divorcio, y también de la violencia doméstica. Alrededor de
un tercio de los casos de violencia doméstica con resultado de muerte en
Estados Unidos se deben a la infidelidad de la mujer, haya sido esta
correctamente atribuida o una mera sospecha. La frecuencia de la violencia generada
por la infidelidad es, si cabe, aún más elevada en otras sociedades. (Barash y
Lipton, 2003).
Así podemos ver que la monogamia
está atravesada por el concepto de poder, y de que de algún modo es un modelo
amoroso que genera multitud de tragedias y relatos literarios.
2.2.EL MITO DE LA HETEROSEXUALIDAD
La heterosexualidad es una
construcción social y cultural que se ha instalado en el imaginario colectivo
como un fenómeno natural, como si la unión macho-hembra fuese una ley divina o
una ley física o matemática.
Tanto es así que a las niñas desde
pequeñas se las pregunta si tienen novio y a los niños si tienen novia sin
apenas darnos cuenta de que preguntando estamos afirmando. Y al afirmar,
imponemos una idea sobre lo que es normal, es decir, que a los niños les gusten
las niñas, y no los niños.
El concepto de normalidad varía de
cultura en cultura, por épocas y zonas geográficas; además, todo lo biológico
en nosotros es cultural y viceversa.
Por ejemplo en la Antigua Grecia la
homosexualidad era normal, como eran normales las relaciones homoeróticas entre
sabios y jóvenes discípulos. En cambio en nuestra cultura actual la pederastia
es una desviación, una aberración, una anormalidad penada con años de cárcel.
Piensen de nuevo: ¿Tienes novio ya?
Una pregunta así, aunque parezca inocente, inevitablemente dirige el erotismo y
los sentimientos de las personas hacia el sexo opuesto. Una pregunta de signo
contrario abriría enormemente el abanico de posibilidades afectivas y sexuales
de la niña o el niño, pero a la mayor parte de los adultos no se les ocurre
porque en su conciencia la heterosexualidad es la norma, está invisibilizada
como construcción, integrada en los supuestos de cómo es la vida (o más bien,
cómo debería ser). Esos supuestos se aprecian claramente en todos los cuentos
heterosexuales que nos han contado de pequeñas; en ellos todas las relaciones
eróticas son hacia el sexo opuesto.
Mi posición en torno a la
heterosexualidad y la homosexualidad coincide con la concepción de Oscar Guasch
(2000) que las considera mitos, en el sentido de que son narraciones creadas
artificialmente, y transmitidas mediante libros sagrados. Mitos que explican el
mundo desde un punto de vista particular, desde una ideología que al imponerse
se convierte en hegemónica, y que modela y construye nuestro deseo y afectos, a
la vez que justifica el orden social establecido. En este sentido, la homosexualidad
es un cuento dentro de otro cuento, “un mito que explica otro mito. La
homosexualidad es un epifenómeno de la heterosexualidad; pero no es posible
entender la una sin la otra” (Guasch, 2000).
Muchos bisexuales sienten que no encajan
ni en la comunidad gay ni en el mundo heterosexual, y como tienden a ser
“invisibles” en público (ya que se confunden sin problemas en las sociedades
homosexual y heterosexual), algunos de ellos han formado sus propias
comunidades, cultura y movimientos políticos, por ejemplo a través del
movimiento Queer, que critica la política identitaria gay de los 70 y 80.
Según el nuevo movimiento queer, lo
gay y lo lésbico niegan la bisexualidad y reducen el travestismo, el
transgenerismo y la transexualidad a la invisibilidad. Los colectivos de
personas que no encajan en modelos de belleza, estilos de vida o ideologías
políticas critican lo gay y lo lésbico porque excluyen la variedad y la
diferencia. No construye igual su identidad un chico joven de Chueca que otro
que vive en el campo, ni tienen los mismos problemas las lesbianas ancianas que
viven en un pueblo de mentalidad cerrada que las actrices lesbianas y ricas de
Hollywood.
Un grupo de militantes bolleras, negras,
chicanas, de trans, de maricas seropositivos, pobres, emigrantes, parados,
personas intersexuales, van a autodenominarse queer para tomar distancia del término
“gay”, que a finales de los 80 representaba solamente una realidad de varones
homosexuales, blancos, de clase media o alta, con un proyecto político de
integración normalizada en el sistema social y de consumo, y que excluía toda
esa diversidad de sexualidades minoritarias articuladas con posiciones de raza,
clase, edad, enfermedad, migración, pobreza, etc.
En lugar de tratar de ser igual que
todo el mundo (y pretender que "todos" significa blancos, de clase
media, conservadores y heterosexuales), la política "queer" implica
la demanda del respeto y de la igualdad para cualquier modo de vida que opten
por tomar las personas, independientemente de su género, su orientación sexual,
su raza, su nivel socioeconómico, su edad o su religión.
“Hace mucho tiempo que la
heterosexualidad dejó de tener nada que ver con el sexo. Sólo comprendo esta
relación homo-het-erótica como una guerra entre especies de diverso rango y jerarquía.
Los heterosexuales son la especie dominante siempre: “la democracia es
heterosexual”, me digo”. Ricardo Llamas y Francisco Javier Vidarte (2000)
En la actualidad occidental, las leyes
que tratan de eliminar la discriminación por cuestiones de orientación sexual
están logrando la normalización de la homosexualidad y la transexualidad. En España,
por ejemplo, los homosexuales y las lesbianas pueden casarse y adoptar hijos,
lo que ha tenido (y está teniendo) profundas consecuencias para las estructuras
sociales básicas (principalmente el matrimonio y la familia nuclear
tradicional).
Muchos autores señalan que gracias a
estas mutaciones de carácter simbólico, económico, político y social, podemos
hablar claramente de una crisis del patriarcado (Castells, 1998) y una crisis
de la heterosexualidad (Guasch, 2000). Sin embargo, autoras queer como Beatriz
Preciado opinan que esta normalización favorece las políticas pro-familia,
tales como la reivindicación del derecho al matrimonio, a la adopción y a la
transmisión del patrimonio.
Algunas minorías gays, lesbianas,
transexuales y transgéneros reaccionan hoy contra ese esencialismo y esa
normalización de la identidad homosexual. Para Preciado y otros autores, esa
normalización equivaldría a una “heterosexualización de la homosexualidad”, lo
que supondría seguir reproduciendo los esquemas tradicionales del patriarcado
trasvasados al mundo gay.
2.3.EL MITO DEL MATRIMONIO POR AMOR
El siglo XIX puso de moda el
matrimonio. Hasta entonces, casarse era una práctica exclusiva de las clases
poderosas, que teniendo patrimonio,
necesitaban legalizar un contrato económico entre dos familias que se
unen a través de sus futuros descendientes. El matrimonio ha sido, tradicionalmente, una institución basada en
el intercambio genético y la actividad reproductiva, y también en el
intercambio de bienes y propiedades del patrimonio familiar.
Los matrimonios, eran, pues, cosa
de reyes y reinas, condes y condesas,
marquesas y marqueses, vizcondes, etc. Eran actos públicos que tenían
normalmente unas consecuencias políticas relevantes para los Estados y para la
vida cotidiana de sus ciudadanos.
Mediante estos enlaces nupciales se
configuraban y desconfiguraban los
reinos, se cambiaban los mapas de la época, y se lidiaban los
asuntos políticos de los gobernantes de
cada país. Ahora que los países ya no son propiedad de los monarcas, las bodas
reales siguen manteniendo sin embargo su poder simbólico, porque su visionado
por televisión sigue vendiéndonos un modelo de pareja muy concreto,
heterosexual, monogámico e idealizado,
manteniendo los sueños de mujeres que quieren ser princesas.
Y lo curioso es que desde sus
inicios, y hasta el Romanticismo, amor y matrimonio no tenían nada que ver. El
amor no ha sido nunca un requisito para
la firma del contrato entre dos familias. De hecho, muchos autores defienden la
idea de que el amor ha sido siempre un fenómeno extramatrimonial, es decir, de
carácter adúltero; un ejemplo de ello es el amor cortés, del que aún
conservamos restos en nuestra cultura amatoria.
En el matrimonio, las cuestiones
económicas iban por un lado, y las cuestiones amorosas por otro. Ha sido así a
lo largo de los tiempos hasta que cambió la tendencia; en la actualidad la
mayor parte de las parejas se unen por
amor (en España, por ejemplo, el amor es citado en las encuestas como principal
motivo para unirse legalmente a alguien).
Los primeros intentos de
institucionalizar el matrimonio tuvieron lugar en Europa alrededor del siglo
XII, en el seno de la religión cristiana. Según Amando de Miguel (1998), la
poligamia comenzó a perder aceptación en el siglo VIII, y la monogamia fue
abriéndose camino poco a poco, especialmente en la mayoría de las comunidades
judías (excepto la española).
Fue alrededor de los siglos XII y
XIII cuando se instituyó el matrimonio como un sacramento indisoluble. Ahí
comenzó la lucha de la Iglesia cristiana contra el concubinato, la poligamia y
el incesto: el clero quería evitar la endogamia de los poderosos, que se casaban
entre sí creando grandes concentraciones de tierras y riqueza.
Además se intentó que las clases populares
adoptaran las mismas costumbres que las clases altas, pero como hemos visto, a
la gente en la Edad Media no le gustaba casarse y preferían las relaciones que
se adoptan libremente sin la mediación de ningún factor externo como el Estado
o la Iglesia. Debido a las resistencias de la población , la Iglesia tuvo que
ofrecer una razón convincente a los campesinos para que accedieran a
regularizar su situación ante las autoridades religiosas, o al menos, una
motivación que encubriera la necesidad de la Iglesia de tener presencia en
todos los momentos importantes en la vida de las personas: nacimientos,
uniones, entierros...
La teoría legitimadora del
sacramento matrimonial se basó en presentar el erotismo como pecado, condenando
así la relación sexual fuera de la tarea reproductiva. Se hizo énfasis en el amor,
que se erigió como factor importante entre los cónyuges. Dado que iban a
permanecer toda su vida unidos trabajando la tierra, lo mejor era que lo
hiciesen en armonía, llevándose bien, respetándose mutuamente, cuidándose el
uno al otro.
En el siglo XVIII, momento en el
que la clase media adquirió protagonismo y aumentó en número, la nobleza y la
burguesía acomodada no disimulaban en absoluto la conveniencia en el
matrimonio. Eduard Fuchs, en su “Historia Ilustrada de la Moral sexual” (1911),
aporta multitud de ejemplos que permiten documentar “cuán cínicamente se prescindía
en todas partes del más mínimo disimulo ideológico, evitándose el uso de la
palabra amor en la boda, prohibiéndose incluso en ocasiones, como cosa risible
y pasada de moda. (...) En el caso de la mediana y pequeña burguesía no podemos
hablar de un cinismo semejante. Aquí el carácter comercial del matrimonio está
cargado de embellecimiento ideológico. El hombre decía cortejar durante mucho
tiempo a una joven, hablar únicamente de amor, ganarse el respeto de la joven
cuya mano solicitaba y debía ganar su amor demostrando cuán digno era de ella”.
Así vemos como cuando no se puede
por la fuerza es mejor utilizar medios más sutiles: seducir a la mujer
mitificando el amor y la figura de la feliz casada. El segundo paso fue la
sujeción legal y económica de la mujer al hombre por medio del matrimonio. Esta
realidad afectó sobre todo a la burguesía, porque los campesinos seguían
labrando juntos la tierra y porque no tenían patrimonio que legar a sus
descendientes.
El tercer estadio, el momento
clave, sucedió cuando el libre consentimiento se instituyó como la base del
matrimonio: es entonces cuando el amor y el matrimonio quedaron firmemente
unidos. Los contrayentes empezaron a elegir pareja, y los cabezas de familia
dejaron de decidir sobre el destino de las vidas de sus hijas e hijos; los
hombres y las mujeres empezaron a elegir por su grado de afinidad y sus
sentimientos. Gracias a esta libertad se constituyó el mito del amor
legalizado, que invisibiliza por fin la dimensión económica del matrimonio y lo
hace una práctica más sentimental que contractual.
Es cierto que esta dimensión
económica solo se tiene en cuenta cuando la gente se casa por amor con alguien
de una clase social muy superior; entonces hay gente que emite sus sospechas.
Si un hombre de clase social baja se une a una mujer de clase alta los rumores
sociales suelen ser: “se casa por dinero”, “se casa por prestigio”, “vaya braguetazo
ha dado”, etc. como sucede con el novio de la duquesa de Alba, con el que
además de diferencia social y económica, se lleva más de treinta años. En el
caso contrario, el ejemplo de la boda real del príncipe heredero español con
una mujer de la clase trabajadora madrileña, muchos pueden pensar que él está enamorado,
pero que ella es una mujer ambiciosa.
El amor posee una dimensión no sólo
económica, sino también política: la gente se siente atraída y se enamora de la
gente con poder y recursos. Es lógico en unas sociedades donde existe la
propiedad privada, y donde la competición es la norma. Enamorarse de una
persona con recursos, según los sociobiólogos, es una ventaja adaptativa que
surge frente a la crueldad e injusticia de un sistema desigual en el que impera
la ley del más fuerte.
La falta de autonomía femenina (a
las mujeres burguesas no se les dejaba trabajar y los sueldos de las obreras
han sido siempre inferiores a los de los varones) ha propiciado la dependencia
económica de las mujeres en torno a sus padres o sus maridos. El matrimonio ha
sido siempre, hasta la incorporación masiva de la mujer al mercado laboral, una
forma de salvación porque ser elegida por un hombre implicaba tener asegurados
los recursos para las mujeres y sus hijos e hijas.
Quedarse solterona era una
desgracia que minaba la autoestima de una mujer, porque se la señalaba como fracasada,
rara, víctima social o lesbiana. En la sociedad patriarcal, las “señoras”
tienen más estatus que las mujeres solteras, y el anillo nupcial es un tesoro
que los hombres patriarcales otorgaban a una mujer, pero no lo hacen con
cualquiera ni a cualquier precio.
En las películas de Hollywood
siempre se representa a los hombres como eternos furtivos, seres que huyen al
galope del compromiso hasta que por su edad no les queda más remedio que
asentar la cabeza junto a alguna mujer buena. Mientras, las mujeres buenas
imponen el anillo como condición para estar juntos: “yo te doy mi virginidad,
tú me das el anillo”.
Es una tarea difícil (ablandar su
corazón para que se deje querer y para que sepa valorar la ternura que ella le ofrece),
pero en los happy end las heroínas lo logran con bondad, auto sacrificio,
discreción y sobre todo, lealtad.
Son muchos los relatos que nos han
hecho creer que el día más importante en la vida de una mujer es el de su boda.
Curiosamente, las mujeres casadas también se ilusionan con las bodas ajenas
porque aunque su matrimonio no haya sido la panacea de la felicidad, siguen
creyendo en el mito de que la mejor demostración de amor de un hombre es
casarse con una mujer. De modo que las mujeres son más propensas a
desencantarse con el matrimonio porque le ponen más expectativas que los
hombres, que identifican menos las aventuras románticas con el compromiso
nupcial.
Y sin embargo, a pesar de que el
matrimonio aparece siempre como la máxima aspiración vital y profesional de las
mujeres, creo que no se han estudiado a fondo las ventajas del matrimonio para
los hombres, que obtienen, creo, muchas más que las mujeres. En el matrimonio
tradicional, los hombres al casarse consiguen una asistenta doméstica que les
cuida, que les da hijos, que les alimenta, que les viste, que les desnuda, que
les espera en casa.
El problema radica precisamente en
lo que cada uno espera del matrimonio.
Ahora que las mujeres podemos
trabajar y algunas pueden ser independientes económicamente, tener un hombre al
lado ya no es suficiente razón para renunciar a la libertad de la soltería. Las
mujeres dicen casarse por amor y desean una relación intensa, profunda y
romántica, pese a lo imposible de mantener la pasión del inicio durante años.
Cuando ésta decae por el paso del tiempo y la convivencia, existe una
frustración que flota en el ambiente conyugal, un malestar al hacerse evidente
que la armonía y la felicidad matrimonial son un cuento que nos han contado.
En la actualidad, son las mujeres
las que interponen las demandas de divorcio, y son muchas las personas que vuelven
a enamorarse de nuevo, y a casarse de nuevo, creyendo que por fin ha encontrado
el amor eterno que no se agota ni decae. Esta utopía del matrimonio como fuente
de felicidad es paradójica, porque todo el mundo conoce las cifras de divorcios
y separaciones, pero no parece que desistamos en nuestra idea de encontrar a la
media naranja, a la persona ideal, a la pareja perfecta que nos colme por
completo y para siempre.
Según Denis de Rougemont (1976) la
característica más peculiar del matrimonio en el siglo XX fue que trató de conciliar
amor romántico con el matrimonio, cuando son conceptos contrarios entre sí,
porque el amor pasional caduca y el matrimonio está concebido para durar para
siempre. El matrimonio ofrece estabilidad, seguridad, una cotidianidad, una
certeza de que la otra persona está dispuesta a compartir con nosotros su vida
y su futuro. El amor pasional en cambio es un amor basado en la contingencia, el
miedo a perder a la persona amada, el deseo de poseer lo inaccesible, el delirio
arrebatado, el éxtasis místico, la experiencia extraordinaria que nos trastoca
la rutina diaria.
Es por esto que existe la crisis
del matrimonio burgués, avalada por la cantidad de divorcios que se producen,
según De Rougemont. Muchos depositan unas esperanzas pasionales en el amor
domesticado que no casan con la realidad; a causa de estas expectativas surge
la frustración. A los seres humanos nos cuesta resignarnos a la idea de que no
se puede tener todo a la vez: seguridad y emoción, estabilidad y drama, euforia
y rutina. Por eso creo que no hay crisis, sino al revés, que el matrimonio hoy es
un acto masivo; incluso gays y lesbianas han querido sumarse a esta práctica.
Pese a la idealización del
matrimonio, éste es hoy en día un dispositivo más de consumo, un ritual
sentimentalizado e idealizado que luego revela su verdadera dificultad, porque
todas las relaciones humanas son dolorosas, difíciles, hermosas, rompibles,
indestructibles, intensas, y complicadas.
3.
IDEALIZACION
EL AMOR-PASION
Nuestra cultura es excesivamente
compleja como para explicar los asuntos de la pasión y el corazón como si
fuesen únicamente una cuestión de hipotálamo, de feromonas, de olor corporal o
de evolución (elegimos al más apto para procrear). Explicar cómo la ideología
del amor y el cebo del romanticismo sustentan en nuestras sociedades la
estructura familiar supone, entender cómo, a estas alturas de nuestra historia,
el matrimonio y la pareja siguen siendo núcleos fundamentales en la
organización de nuestras comunidades.
En una encuesta realizada por el
sociólogo José Luis Sangrador, aparece el dato significativo de que el 90 % de
las personas encuestadas manifiestan que no se casarán con alguien del que no
se sintiesen enamoradas. ¿Cómo se consolida, pues, el matrimonio en sociedades
no utilitaristas y librepensadoras? Uniéndolo a la pasión. Lo que no aparece
que aprendamos es que el amor novelesco triunfa sobre gran cantidad de obstáculos,
pero hay uno contra el que se estrellará siempre: la duración.
Sin la idealización del amor-pasión
es bastante probable que nuestros escépticos y cada vez más laicos jóvenes no
se unirían ni por lo civil ni por la Iglesia para crear una familia. En todo
caso, tendrían mucho más claro que el matrimonio convenido para pagar el piso o
la luz a medias, construir una célula económica o tener hijos o mantener
relaciones sexuales es más una cuestión de contrato y no tanto una unión
romántica o pasional. Descubrir esa trampa, analizarla y asumirla genera
bastante confusión en nuestras vidas, algunas dificultades, frustración y
muchas consultas. Lo que más esquizofrenia produce en las parejas es que la
pasión arruina la idea misma de matrimonio precisamente cuando se les había
presentado como sustentadora y motivadora de él.
Para Denis de Rougemont, la cultura
occidental, a través de su lírica, nos presenta un modelo amoroso que tiene una
serie de características: la idea del amor presupone el gusto por las desgracias,
por los amores imposibles (Tristán e Isolda, Romeo y Julieta), la
hiperidealización del amor y de la persona amada. De tal forma es así, que el
amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado y condenado es novelesco y
cinematográfico. Lo que exalta el lirismo occidental no es el placer de los
sentidos ni la paz fecunda de la pareja, no es el respeto y el reconocimiento
del otro, sino el amor como pasión sufriente.
4.
EL AMOR EN
LA LITERATURA Y EL CINE
En la literatura y el cine los
personajes que encarnan a los héroes románticos no se aman; lo que aman es el
amor, el hecho mismo de amar. Y actúan como si hubieran comprendido que todo lo
que se opone al amor lo preserva y lo consagra en su corazón, para exaltarlo
hasta el infinito. Los amantes son más felices en la desgracia del amor que en
la tranquilidad cotidiana del afecto mantenido. Se necesitan uno a otro para
arder, pero no al otro tal y como es, y no la presencia del otro, sino más bien
su ausencia. Son los obstáculos más graves los que se prefieren por encima de
todo para engrandecer la pasión.
A veces no es el obstáculo lo que
está al servicio de la pasión fatal, sino que, al contrario, se ha convertido
en la meta, en el fin deseado por sí mismo. Por ejemplo, en la psicología de
los celos, deseados o provocados, solapadamente favorecidos para volver a
sentir como al principio, y en toda la literatura que se ha generado en torno a
ellos.
La literatura dotó de lenguaje a la
pasión. ¿Cuántas personas reconocerían el sentimiento amoroso si no hubiesen
oído hablar jamás de él? Pasión y expresión apenas son separables. A partir del
momento en el que el instinto se pierde, la pasión tiende a relatarse a sí
misma, sea para justificarse, para exaltarse o simplemente para mantenerse. La
adopción de cierto lenguaje implica y favorece el desarrollo de ciertos
sentimientos: “mi vida ha sido una larga espera para encontrarte”, “no puedo
vivir sin ti”, “sin ti no soy nada”, “pasión que aísla del mundo”, “quemadura
suave”, “te quiero más que a mi vida”, “mátame de pena pero quiéreme”.
Por supuesto que actualmente en la
literatura y en el cine se cuentan historia que nos dicen lo que pasa después
del “fueron felices y comieron perdices”, pero aquí se habla de nuestros mitos.
Lo que hace que una historia se convierta en mito es precisamente ese imperio
que ejerce sobre nosotros a pesar nuestro y generalmente sin que lo sepamos.
Un mito es una historia, una fábula
simbólica, simple y patente, que resume un número infinito de situaciones más o
menos análogas. El mito permite captar de un vistazo ciertos tipos de
relaciones constantes y destacarlas del revoltijo de las apariencias
cotidianas. En un sentido más estricto, los mitos traducen las reglas de
conducta de un grupo. El mito se deja ver en la mayor parte de nuestras
películas y novelas, en su éxito entre
las masas, en las complacencias y los sentimientos que despiertan, en nuestros
sueños de amores milagrosos. El mito de la pasión actúa en todos lo lugares en
lo que ésta es soñada como un ideal y no temida como una fiebre maligna; en
todos los lugares en que su fatalidad es requerida, imaginada como una bella y
deseable catástrofe. Vive de la misma vida de los que creen que el amor es un
destino, que nos ha de consumir con el más puro y más fuerte y más verdadero
fuego, que arrastra felicidad, sociedad y moral. Vive de la misma vida que
nuestro romanticismo.
Racionalmente, sabemos que la
pasión y el deseo se acaban, que la vida en común es complicada e implica una
negociación constante, que la convivencia transforma irremediablemente el
deseo; sin embargo, vivimos aún en la idea del mito del amor-pasión que ha
generado y genera un prototipo de relación. Sabemos que el amor es una cosa
pero fantaseamos con otra: un amor eterno, único y permanente en el tiempo.
5.
UNA
CONSTRUCCION DE OCCIDENTE
El mito del amor pasional es una
construcción de Occidente. En Oriente y en la Grecia contemporánea de Platón el
amor es concebido como placer, como simple voluptuosidad física, y la pasión,
en su sentido trágico y doloroso, no solamente es escasa, sino que además, y
sobre todo, es despreciada por la moral corriente como una enfermedad
frenética. El concepto de amor no existe en China. El verbo amar es empleado
sólo para definir las relaciones entre la madre y los hijos. El marido no ama a
la mujer, “tiene afecto por ella”. A los chinos se les casa muy jóvenes y el
problema del amor no se plantea. No comparten las eternas dudas europeas: ¿es
amor o no esto que siento? ¿Amo a esta mujer, a este hombre o siento sólo
afecto? ¿Amo a ese ser o amo al amor? Tampoco sienten desesperación o dolor
cuando descubren que han confundido el amor con las ganas de amar. Un
psiquiatra chino consideraría síntomas de locura estas cuestiones. Mientras que
en muchos países los matrimonios son concertados previamente, en nuestras
sociedades el soporte de una institución social básica, la familia, se
fundamenta en el amor romántico. El ideal romántico construido culturalmente
ofrece al individuo un modelo de conducta amorosa, organizado alrededor de
factores sociales y psicológicos; durante nuestra larga socialización
aprendemos lo que significa enamorarse, asociamos a ese estado determinados
sentimientos que debemos tener, el cómo, el cuándo, de quién y de quién no…
Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera vista),
sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la
propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un ser absolutamente
complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis que se establece
cuando los individuos se comportan como si de verdad tuviesen necesidad uno del
otro para respirar y moverse, formando así entre ambos un todo indisoluble.
Este concepto de amor aparece con
especial fuerza en la educación sentimental de las mujeres. Para nosotras,
vivir el amor ha sido un aspecto que empalidece a todos los demás. Nuestras
heroínas literarias como madame Bobary, la Regenta, Julieta, Melibea, la Dama
de las Camelias, Ana Karenina… viven el amor como proyecto fundamental de su
vida. La escritora Lourdes Ortiz, analiza cómo en la mayoría de estas historias
vemos que lo que para la protagonista es la vida entera, para el personaje
masculino es sólo una parte de su existencia. El amor como proyecto prioritario
y sustancial sigue siendo fundamental para muchas mujeres y sin él sienten que
su existencia carece de sentido.
A pesar de los cambios profundos
conseguidos en el siglo XX por el movimiento feminista, las mujeres, en mayor
medida que los hombres, asumen ese modelo de amor y de romanticismo que nos
hace ordenar nuestra biografía y nuestra historia personal en torno a la
consecución del amor. Muchas mujeres buscan aún la justificación de su
existencia dando al amor un papel vertebrador de la misma, concediéndole más
tiempo, más espacio imaginario y real, mientras que los hombres conceden más
tiempo y espacio a ser reconocidos y considerados por la sociedad y sus iguales
Mientras que por lo general solemos
elegir a las amistades entre aquellas personas que más nos gratifican, que más
nos respetan y que más compensaciones emocionales y afectivas nos reportan, sin
embargo, es posible que nos relacionemos a nivel de pareja con personas que no
sólo no nos gratifican, sino que nos llenan de amargura, sufrimiento y daño
físico y psíquico. ¿Cómo explicar la persistencia del amor o la relación en
estos casos? ¿Cómo se puede amar a quien te mortifica y anula? No es una
cuestión de irracionalidad, y me niego a creer que las personas, sobre todo
mujeres, que viven estas situaciones son tontas, masoquistas o descerebradas.
Es importante que comencemos a explicar esos amores patéticos y llenos de
sufrimiento, sacrificios personales y renuncias, sobre todo cuando, en mayor o
menor medida, muchas personas han vivido y soportado en sus relaciones de
pareja alguna que otra humillación, falta de respeto por sus opciones u
opiniones, limitaciones a la libertad, algún que otro desprecio, presiones para
hacer esto o lo otro, chantajes e imposiciones.
6.
LA “ESPIRAL
DE VIOLENCIA”
Las mujeres que aman demasiado, aquellas que buscan el
amor romántico obstaculizado por la elección de personas difíciles, agresivas o
controladoras tienen más posibilidades de vivir en la violencia, consentirla y
permanecer en ella, porque esa relación es la que da sentido a su vida.
Una de las características que
tienen todas las historias relatadas por mujeres que sufren maltrato es
precisamente esa discontinuidad en la relación. No son historias afectivas
templadas por los años, sino que aparecen siempre intervalos de paz y dolor,
fase de luna de miel entre los
episodios de maltrato: hoy te maltrato y mañana te amo más que a mi vida, sin
ti no soy nada, perdóname, te quiero; todo ello acompañado de muestras
extraordinarias de cuidados y cariño hasta la próxima escena. Se le ha dado el
nombre técnico de “espiral de violencia”, en la que los episodios de maltrato
son cíclicos
Cuando
las mujeres se plantean abandonar al maltratador tienen que reconstruir su
nueva biografía en un contexto ajeno a sus tradiciones y abandonar un lugar en
el que se comportaban como amantes esposas y madres. Se trata de dejar su
proyecto vital; renunciar al amor es el fracaso absoluto de su vida, y es muy
difícil que vean en ese cambio una promesa de vida mejor. Las mujeres siguen
interpretando la ruptura matrimonial como un problema individual, como una
situación estresante y anómala y no como la liberación de una situación
opresiva que, además, debe ser tratada co como problema colectivo y no
individual. Y en este sentido, es la sociedad la que debe rehabilitarse, la que
debe ser llevada a terapia, porque son las construcciones, las historias y los
mitos de esa sociedad los que están en el origen y la raíz del problema de la
violencia doméstica.
Nuestro modelo social es el máximo
legitimador de éstos y otros comportamientos y, como tal, la violencia
doméstica será el plato de todos los días si no somos capaces de cuestionarnos
qué tipo de sociedad genera maltratadores, qué sociedad genera esta patología
del vínculo amoroso. A su vez, debemos pensar qué tipo de cultura es la nuestra
para que mujeres capaces y adultas soporten, en nombre del amor, la humillación
y el sufrimiento; para que, en lugar de escapar de esas situaciones, busquen
soluciones peregrinas y absurdas como tener hijos, auto medicarse o disculpar a
su pareja para no perder aquello que fundamenta su vida: el amor.
CAPITULO III
2.
PONER EL AMOR EN SU SITIO
Poner el amor en su sitio es darle
un nuevo significado a la experiencia afectiva. Es obvio que tienes la posibilidad
de construir tu relación y modular el sentimiento implicado. No hablo solamente
de eros, sino además de la conjunción de philia y ágape, de la convivencia
amorosa que no culmina ni se define únicamente en lo pasional. También hay que
querer amar, tal como dice la novelista Alice Ferney, también existe una
dimensión que incluye esfuerzo y decisión: el que ama es el cerebro y no el
corazón. Al amor hay que reubicarlo hacia arriba, más cerca de la razón y más
lejos de la pretensión omnipotente y sentimentalista que lo ha caracterizado.
Un amor fuera de control es definitivamente apasionante para las almas
atrevidas y deseosas de emociones fuertes, pero igualmente puede resultar
malsano si estamos con la persona equivocada.
Obviamente, como ya he dicho antes,
no se trata de negar o reprimir el picante del enamoramiento, sino de tener
claro que existe una línea delgada que no se puede traspasar si queremos amar
saludablemente y disminuir la probabilidad futura de sufrir de manera intensa e
innecesaria.
La reestructuración del amor de
pareja que propongo sugiere sentir y pensar el amor de otra manera, revisar los
principios tradicionales que lo sustentan y transformarlo en una experiencia
más humanista y razonable: amor digno, amor ético, amor democrático, amor
justo. Darle una nueva cualidad al amor, sin perder su esencia, implica asumir
unos valores distintos a los convencionales, cambiar la cantidad por la calidad
y destacar que, como lo he mencionado en otras oportunidades, no importa cuánto
te amen, sino cómo lo hagan.
¿De qué sirve "tanto"
amor, si ese amor te limita y apabulla? Así no haya mala intención
(supongamos), así no haya golpes ni patadas, el aburrimiento y el maltrato
psicológico pueden destruir cualquier relación. Perderse en un amor que pretende
justificarse a sí mismo, que no necesita de ninguna virtud adicional, porque
supuestamente ya las tiene todas, no deja de ser un despropósito.
Propongo dos cambios básicos en la
manera de concebir el amor:
1. Revisar nuestra mitología del amor de pareja y reemplazar
algunos de los valores tradicionales (fusión/comunión, generosidad y deber) por
otros más orientados a fomentar el bien común y más adaptados a nuestros
tiempos (solidaridad, reciprocidad, autonomía). Llamaré a esta modalidad amor
democrático (cuya inspiración es la Declaración de los Derechos del Hombre y el
Ciudadano: libertad, igualdad, fraternidad).
2. Incluir en las relaciones afectivas los derechos humanos,
considerando que lo privado, lo que ocurre de puertas para adentro, también
debe ajustarse a los principios que definen la dignidad de las personas
(respeto, consideración y no dominación). Llamaré a esta modalidad amor digno
(cuya inspiración es la Declaración Universal de los Derechos Humanos).
"Si una relación afectiva se
mantiene dentro de los principios del amor democrático y del amor digno, además
de contar con el soporte sentimental, será placentera, alegre, incitante y;
estable. La pasión no tiene por qué perderse y puede seguir siendo horizontal,
dentro y fuera de la cama. Si haces el amor “democráticamente", sentirás
que tú también cuentas, que tu ser está tan presente como el deseo que te
impulsa. Si haces el amor con "dignidad", nunca te convertirás en un
objeto sexual. Y una vez asegurados estos dos pilares, podrás enloquecerte
hasta donde se te dé la gana, porque existirá en ti la profunda convicción de
que no harás lo que no quieras hacer.
2.1.EL AMOR DEMOCRÁTICO: TRES VALORES DE GUÍA
Un amor sin valores que lo guíen es
un amor a la deriva, desorientado no me refiero a las virtudes convencionales
sino a una política del amor, en la cual podamos construir una relación
pluralista, flexible y horizontal. Amor de igual a igual, duela a quien le
duela. A veces, es conveniente poner el romanticismo en remojo, modular el arrebato
que ocurre de la cintura para abajo y analizar con cabeza fría si la relación
afectiva en la que estamos vale la pena. No estas pagando una penitencia, por
tanto, el primer deber es para con tu persona.
Valentía y afrontamiento, así no
seamos héroes y sólo estemos sentando precedentes.
Los siguientes valores guía
(solidaridad, reciprocidad y autonomía) te servirán para ubicar el amor en un
sitio mejor y más gratificante. La ausencia de cualquiera de ellos hace
insostenible cualquier relación, por más buena voluntad, que tengan los
implicados. Estos principios representan valores centrales, exigencias
fundamentales, dentro de las cuales debe moverse el amor de pareja para
construir una relación estable y satisfactoria. Por eso, ninguno de ellos es
negociable, o al menos no debería serlo para alguien que se ama a sí mismo.
2.1.1.
PRIMER
VALOR: DE LA FUSIÓN/COMUNIÓN, AL AMOR SOLIDARIO
"Mi clon", "mi media
naranja", "mi complemento", "mi alma gemela": pura
adicción, pura simbiosis. Querer ser uno, donde hay dos, ¿habrá mayor
obstinación? Amor de comunión: cuerpo y alma fundidos. Y no me refiero
necesariamente a lo sacramental, lo cual es respetable según las creencias
religiosas de cada cual, sino a la connotación mística del término. La fusión
radical implica tener la misma fe, la misma disciplina y la misma unidad de
espíritus. Es apenas obvio que en semejante amalgama de personalidades no haya
nada que dividir, ni partición de bienes ni de cuerpos. No habrá
"yoes", no habrá individualidades.
Estar fusionado con la pareja es
cambiar la autonomía por una conciencia que se pierde en el ser amado y ambos
en el universo: amor cósmico.
Tres aclaraciones:
1. Ser una unidad afectiva significa estar inmerso en un
conjunto indiferenciado de pasiones donde lo particular se anula en el todo. Es
como si tuviéramos agua en la que no pudiéramos distinguir el hidrógeno del
oxígeno. Va no eres tú, eres otra cosa producto de la mezcla. Por el contrario,
estar unidos afectivamente implica tener un lazo, un vínculo, que por más
estrecho que sea, mantiene la diferencia. Si eres "una unidad" con tu
pareja, te perdiste.
Debes buscarte a ti mismo en el
revoltijo afectivo y pasar del "ser de" al "estar con". Es
cuestión de dignidad y de respiro.
2. Hay, al menos, dos maneras de involucrarse en una relación:
pertenecer o participar. Pertenecer es identificarse de lleno con la pareja y/o
mimetizarse en ella, tal como lo hace el camaleón, cuando se confunde con el
ambiente donde habita para sobrevivir a los depredadores.
"Pertenecer" a la pareja es volverse totalmente semejante a ella y
renunciar a la propia singularidad. Por eso, el sentido de pertenencia hay que
tomarlo con pinzas. "Ser" de un equipo, un grupo o una institución
puede convertirse fácilmente en fanatismo y extraviarse en la obediencia
debida. Por el contrario, participar en una relación afectiva significa estar
vinculado de manera activa y no pasiva. Se está allí porque se quiere, en pleno
uso de la individualidad, ejerciendo el derecho a disentir. En esta lógica
participativa, tal como la llama Savater, el autoritarismo y las distintas
formas de dominación no tienen cabida. Si estás enamorado o enamorada, no
perteneces a tu pareja, participas en una relación. No eres parte de la persona
que amas. Aquí no hay costillas extirpadas ni nada por el estilo. Eres
participante activo del enlace que ha producido la conjunción del amor, las
metas, los valores, los deseos y muchas cosas más. En realidad, no formas parte
del "club de los enamorados" ni de "la legión de súper casados",
porque no existe tal cosa.
3. La palabra comunión no debe confundirse con
"comunidad". En la comunión no hay división, sino un conjunto donde
cada una de las partes desaparecen en el todo. Es la fusión psicológica,
afectiva y espiritual del enamoramiento que genera un fenómeno emergente: una
sola alma, al menos en teoría. En este tipo de exaltación, la percepción se
distorsiona hasta crear la sensación y la convicción de que todo se incorpora a
un nuevo compuesto que contiene a ambas personas. No es estar con, sino estar
en. Por su parte, el sustantivo comunidad, según la Enciclopedia Oxford de
filosofía, se define como: "Grupo de personas que llevan una vida en común
asentada sobre relaciones recíprocas". Las relaciones de pareja pueden ser
consideradas una comunidad amorosa de dos, una díada, donde los miembros se
afectan mutuamente y establecen vínculos de correspondencia. La relación
comunitaria se basa en lo que tenemos en común y no en una concordancia
absoluta. El amor de dos es un intercambio de información, emociones, ternura y
fluidos.
Ser "el uno para el otro"
hace que la relación sea completamente predecible. En el canibalismo afectivo,
ya no tendrás nada que compartir porque todo está dicho. Por eso, el
amor/fusión, tarde que temprano, termina deslizándose peligrosamente hacia el
más pesado aburrimiento.
Por todo lo anterior, te propongo
adoptar el valor guía de la solidaridad en lugar de la tradicional fantasía de
fusión y absorción emocional. Amor solidario: estar unidos, en comunidad y de
manera participativa. Amarte en la diferencia es amarte dos veces.
La solidaridad implica actuar a
favor de alguien cuyos intereses se comparten, es decir, al defender los suyos,
defiendes también los tuyos (parafraseando a Comte-Sponville). Es una forma de
administrar dos narcisismos: "Dado que nadie está exento de egoísmo,
intentemos serlo juntos, inteligente y amorosamente", como dice la
filósofa Adela Cortina. La solidaridad también tiene una dimensión universal.
Cortina, en el libro El mundo de los valores, dice que esta solidaridad
universal se da "cuando las personas actúan pensando no sólo en el interés
particular de los miembros de un grupo, sino también de todos los afectados por
las acciones que realiza el grupo". Si la benevolencia y la ternura se suman
a la solidaridad; no hay egoísmo que resista. NQ necesitas un viaje a la
estrellas o .perderte en la fascinación de. Los poetas (aunque no sobra) para
encontrarle sentido a tu relación.
Tu relación es solidaria cuando:
• En los momentos difíciles de la pareja, los dos están presentes. ;
• Cada uno se preocupa por el bienestar del otro.
• Cada quien defiende al otro y la relación, si se ven amenazados de
cualquier forma.
• Ninguno de los miembros cuenta intimidades a extraños que puedan
afectarlos.
• Ambos se hacen cargo de las responsabilidades asumidas y están al
tanto de lo que le ocurre a la otra persona.
• Ninguno desprestigia al otro, ni a la relación.
• Luchan hombro a hombro por las metas comunes, sin recostarse en el
otro.
• Cada cual siente que puede contar con el otro.
• Los dos se toman en serio.
• Ninguno subestima los problemas que pueda tener la relación.
No es solidario contigo quien hace caso omiso de tus intereses, los
subestima o no hace un esfuerzo para comprenderías, pese a tus pedidos y
redamos racionales.
2.1.2.
SEGUNDO
VALOR: DE LA GENEROSIDAD, AL AMOR RECIPROCO
Les guste o no a los dadores
compulsivos, debe existir un intercambio básico para que el amor de pareja
pueda funcionar. Si le eres fiel a tu pareja, esperas fidelidad; si eres
tierno, esperas ternura; si das sexo, esperas sexo, en fin: esperas. Aunque
pueda haber momentos especiales en los que te desligues de cualquier
retribución futura, una de las expectativas naturales que acompaña el amor de
pareja es la reciprocidad. El amor recíproco va más allá del puro
"dar", que caracteriza a la generosidad, y propone una relación
basada en el "dar" y el "recibir". La generosidad es
moralmente superior, pero la reciprocidad es el motor de la vida en pareja. La
comunicación y la capacidad de resolver problemas quedan incompletas sin la
correlación dador receptor.
No es posible aceptar una relación
desigual, si queremos mantener un amor constructivo y saludable. Un joven me
decía, no sin tristeza: "Mi novia cree que es una reina. Hay que
atenderla, darle gusto, contemplarla. A mí antes me nacía, pero ya llevo mucho
tiempo dando y dando sin recibir nada a cambio... No se preocupa por mí como yo
lo hago por ella. Necesito que alguien me consienta, necesito sentirme querido.
Por ejemplo, cuando tenemos sexo, me toca a mí hacerlo todo... Ya no es
placentero, sino extenúan te. Tengo una amiga nueva que es lo opuesto...
Posiblemente quiera más a mi novia, pero prefiero empezar una relación de igual
a igual con alguien más". Es difícil no darle la razón. No estoy diciendo
que haya, que ser milimétrico en las relaciones, ya que no todos tenemos las
mismas necesidades ni las, mismas capacidades (no somos idénticos) o que haya
que tirar la generosidad a la basura. Lo que sugiero es mantener una
correspondencia equitativa que nos haga sentir bien. La reciprocidad positiva
está relacionada con la percepción de equilibrio y armonía, con el sentimiento
le imparcialidad y justicia.
Haciendo una analogía con el
pensamiento de Aristóteles y santo Tomás, un amor justo es él que combina tanto
la justicia distributiva (repartir cargas y beneficios proporcionalmente entre
los miembros de la pareja). Como la justicia conmutativa (evitar la estafa y el
fraude en cualquiera de sus formas). No es que no podamos cambiar de opinión, pero
es mejor hacerlo de manera honesta, tratando de salvaguardar el bien común y
produciendo el menor daño posible. La reciprocidad supera el placer de la
gratitud o el "celo de amor" del que hablaba el filósofo Baruch de
Spinoza, es decir, hacer el bien a aquél que nos lo ha hecho, devolver el
bienestar recibido. Por su parte, Alain propuso (citado por Comte-Sponville en
su Diccionario Filosófico) una máxima de cómo ser justo en las relaciones
interpersonales: "En cualquier contrato y en cualquier intercambio, ponte
en el lugar del otro, pero con todo lo que sabes, y, suponiéndote tan libre de
necesidades como un hombre puede serlo, mira si en su lugar, aprobarías ese
intercambio o ese contrato". Si pudiéramos aplicar la sugerencia de Alain,
sin resquemores ególatras y de corazón, nuestras relaciones afectivas estarían
libres de explotación y maltrato.
Tu relación se basa en la reciprocidad cuando:
·
El intercambio afectivo y material es equilibrado y
justo.
·
Los privilegios son distribuidos equitativamente.
·
El acceso a los derechos y deberes es igual de parte y
parte.
·
Ninguno de los miembros intenta sacar ventajas o
explotar al otro.
·
No hay la sensación de "estafa" afectiva.
·
No tienes que recordarle a tu pareja lo que necesitas.
·
Ninguno piensa que merece más que el otro.
·
Existe una correspondencia mutua sobre lo fundamental.
Tu pareja no es recíproca, si no ¡e importa lo que piensas y sientes. En
el amor, el que da, casi siempre espera recibir o tiene expectativas al
respecto, Es el equilibro natural del amor justo y equitativo.
2.1.3.
TERCER
VALOR: DE LA OBLIGACIÓN, AL AMOR VOLUNTARIO
Las relaciones afectivas cuyo
vínculo se instala exclusivamente sobre la base del deber y la obligación o
cuando los deberes pesan mucho más que los derechos, se van agotando a sí
mismas. Hay algo castrense en esto de la "imposición afectiva" que no
deja de sorprenderme. La relación amorosa no puede ser una exigencia. No se
trata de estar con quien se debe estar, sino de estar quien se quiere estar.
Autonomía: del griego, autos
(propio) y nomos (ley). Es decir, autogobierno, independencia personal con
ayuda de la razón. ¿Cómo potenciar tu "yo" auténtico si no eres libre
para querer lo que quieras y desear lo que deseas? Dos típicas manifestaciones
del deber afectivo frustrado: "Quisiera quererte" o "Desearía
desearte".
Así como el sentimiento amoroso no
se obliga, tampoco puede imponerse a una persona vivir con alguien si no desea
hacerlo o no le conviene. ¿Cómo estar seguro de que te amaré toda la vida? No
puedo. ¿Cómo estar seguro de que nunca llegaré a desenamorarme, si el desamor
no depende solamente de mí sino también de lo que tú hagas o intentes hacer
conmigo? No digo que haya que fomentar una actitud laissez-faire y eliminar
toda forma de convenio.
Como ya expliqué, los deberes son
necesarios para cualquier tipo de convivencia, a lo que me opongo es a la
exigencia de sacrificar la dignidad en nombre de los deberes adquiridos.
El deber razonable y bien concebido
es un cimiento para el respeto, pero el deber inexorable e irracional tiende a
justificar todo tipo de violaciones. Hay que convivir con el deber razonable y
pasarle por encima al deber irracional. ¿Habrá mayor placer que amar con
independencia? Al amor juramentado y vuelto a juramentar le falta
espontaneidad. Mejor un amor sin gravámenes, sin la carga de los
"debería", sin deudas adquiridas: "Quiero estar contigo porque
me nace, con la menor cantidad posible de preceptos y disposiciones". El
amor sano no es una tabla de mandamientos ni un listado de códigos, sino un
proceso vital de descubrimiento y crecimiento personal. Amas a una persona
cuando respetas su capacidad de crearse a sí misma.
Lipovetski, en su libro El
crepúsculo del deber, dice:
Lo que está en boga es la ética, no
el deber imperioso en todas partes y siempre; estamos deseosos de reglas justas
y equilibradas, no de la renuncia a nosotros mismos; queremos regulaciones no
sermones, "sabios" o sabiondos; apelamos a la responsabilidad, no a
la obligación de consagrar íntegramente la vida al prójimo, a la familia o a la
nación,
Entonces, en un amor inteligente y
maduro, básicamente ético, la responsabilidad asumida libremente pesa más que
el deber tajante, el querer amar, más que el deber amar.
Tu relación es libre y autónoma cuando:
•
Puedes disponer de tu tiempo y tus cosas.
•
Expresas tus puntos de vista cómodamente.
•
Puedes desarrollar tus actividades tranquilamente.
•
No debes pedir permiso.
•
Las obligaciones no te asfixian.
•
Tu pareja no te vigila.
•
Sientes que creces como persona.
·
No debes justificar y explicar cada comportamiento
frente a tu pareja como si fuera un juez.
•
Obras de acuerdo con tus decisiones.
•
Puedes expresar el amor como quieras.
•
Tu pareja escucha seriamente tus quejas.
No respeto tu autonomía, tu libertad y tu independencia quien te quita la
posibilidad de actuar, querer o conocer de acuerdo con tu buen entender y
parecer.
3.
AMAR DE FORMA DIFERENTE
La socialización diferencial tal y como se ha
descrito en el apartado anterior, no tiene
efecto únicamente sobre el ámbito preferente de actuación de la persona
(público o privado) o sobre ciertos
tipos de comportamientos si no sobre muchos y diversos aspectos de la vida humana (por no decir todos) y, entre ellos,
también sobre las relaciones afectivas y de
pareja. De nuevo en este caso, los procesos de socialización han sido y
aún son diferentes para mujeres y hombres. En el caso de las mujeres, y a pesar
de los importantes cambios acaecidos en las últimas décadas (al menos en las
sociedades occidentales), todo lo que tiene que ver con el amor (las creencias,
los mitos,…) sigue formando parte con particular fuerza de la socialización
femenina, convirtiéndose en eje vertebrador y en parte prioritaria de su
proyecto vital. Así, la consecución del amor y su desarrollo (el enamoramiento,
la relación de pareja, el matrimonio, el cuidado del otro…) siguen siendo el
eje en torno al cual gira de modo completo o casi completo la vida de muchas
mujeres, mientras en la vida de los varones lo prioritario sigue siendo el
reconocimiento social y, en todo caso, el amor o la relación de pareja suele
ocupar un segundo plano (recuérdese la socialización prioritaria de las mujeres
hacia lo privado y de los hombres hacia lo público).
También en este caso se produce un alto grado de congruencia entre los mensajes emitidos por los diferentes agentes socializadores, de modo que, durante todo el proceso de socialización son muchos los mensajes recibidos por los niños y niñas, adolescentes y jóvenes en relación a los roles que deben asumir en las relaciones afectivas, lo que cada uno debe dar y espera recibir. En el caso del amor y las relaciones de pareja, además, como señala, Coral Herrera (2011), las narraciones de los cuentos, las novelas, las películas, las canciones y otras producciones culturales influyen sobre nuestras expectativas y creencias mediante un sistema de “seducción” (muy ligado al consumo) que aumenta aún más la influencia y penetración de los mensajes que contienen (frente, por ejemplo, a la imposición o los imperativos presentes en otro tipo de mensajes).
Así pues, hombres y mujeres, socializados/as de manera diferencial en el contexto de una sociedad patriarcal, entenderían por amor y amar cosas diferentes. El análisis de este sentimiento requiere pues aplicar la perspectiva de género para entenderlo y evaluar su impacto en su justa medida. Sin embargo, este punto de vista, que es el que se ha tomado como base para nuestros análisis, no suele ser tomado en consideración en la bibliografía tradicional.
3.1. LÍMITES DEL AMOR
3.1.1.
LOS LÍMITES TEMPORALES
Según Eviatar Zerubave (1981) el tiempo sagrado
tiene límites, es decir, puntos en los que comienza y termina. Cuando alguien
vive un omento romántico, la experiencia se asocia con un tiempo diferente al
‘’común ‘o rofano. Seguramente la mayoría de los lectores se reconocerán en la
siguiente frase ‘’Hay que guardarse un tiempo para que las cosas sean románticas’’.
En efecto, el ‘’tiempo romántico’’ se construye para hacer ‘’cosas especiales’’, y en ese sentido se opone de manera explícita al tiempo ‘’común’’ de la vida cotidiana. Como señalada un entrevistado de la clase trabajadora en la entrevista 36, los momentos románticos deberían ocurrir ‘’temprano por la mañana o a la noche tarde, cuando no hay nadie cerca’’. Cabe preguntarse entonces porque aparecen románticos estos dos segmentos de tiempo, antes y después del día laboral.
En este caso, los límites temporales, se relacionan con los límites geográficos para demarcar el aislamiento de los enamorados. La noche es más romántica que el día porque facilita el aislamiento simbólico y concreto de los sujetos con respecto a sus identidades cotidianas, que corresponden a las actividades del día.
Por otra parte el tiempo romántico muchas veces se compara con un ‘’tiempo para celebrar’’ o directamente se lo define con esa frase como se observa en varias publicaciones femeninas.
En efecto, el ‘’tiempo romántico’’ se construye para hacer ‘’cosas especiales’’, y en ese sentido se opone de manera explícita al tiempo ‘’común’’ de la vida cotidiana. Como señalada un entrevistado de la clase trabajadora en la entrevista 36, los momentos románticos deberían ocurrir ‘’temprano por la mañana o a la noche tarde, cuando no hay nadie cerca’’. Cabe preguntarse entonces porque aparecen románticos estos dos segmentos de tiempo, antes y después del día laboral.
En este caso, los límites temporales, se relacionan con los límites geográficos para demarcar el aislamiento de los enamorados. La noche es más romántica que el día porque facilita el aislamiento simbólico y concreto de los sujetos con respecto a sus identidades cotidianas, que corresponden a las actividades del día.
Por otra parte el tiempo romántico muchas veces se compara con un ‘’tiempo para celebrar’’ o directamente se lo define con esa frase como se observa en varias publicaciones femeninas.
3.1.2.
LOS LÍMITES
ESPACIALES
En relación con esta reconstrucción
del tiempo en tanto instancia festiva o consagrada aparece también una
reorganización del espacio cotidiano. La fijación de nuevos límites espaciales
marca la experiencia del romance, como lo demuestra la reiterada necesidad de
alejarse del espacio domestico corriente.
Incluso cuando los enamorados están en medio de la multitud (por ejemplo, en la calle o en un restaurante), construyen de manera simbólica su propio espacio privado y aislado del resto de la gente, como se observa en el siguiente ejemplo: "Cuando estoy en casa, no es especial. También tuve algunas noches románticas en casa, pero si tuviera que elegir mis momentos más románticos, parece más especial, tal vez estoy más relajada, cuando salgo". Aunque la privacidad y el aislamiento son dos elementos intrínsecos del romance, el hecho de que el hogar aparezca con frecuencia como un espacio que no es romántico señalaría una equivalencia entre el romance y la capacidad de la pareja para construir una nueva esfera privada en torno a sí, incluso en un ámbito público. Cuando los enamorados logran esa sensación de aislamiento con respecto al medio que los rodea, pueden pasar a un espacio adecuadamente separado del que corresponde a la ida cotidiana u ordinaria como se constata en el siguiente caso:
Incluso cuando los enamorados están en medio de la multitud (por ejemplo, en la calle o en un restaurante), construyen de manera simbólica su propio espacio privado y aislado del resto de la gente, como se observa en el siguiente ejemplo: "Cuando estoy en casa, no es especial. También tuve algunas noches románticas en casa, pero si tuviera que elegir mis momentos más románticos, parece más especial, tal vez estoy más relajada, cuando salgo". Aunque la privacidad y el aislamiento son dos elementos intrínsecos del romance, el hecho de que el hogar aparezca con frecuencia como un espacio que no es romántico señalaría una equivalencia entre el romance y la capacidad de la pareja para construir una nueva esfera privada en torno a sí, incluso en un ámbito público. Cuando los enamorados logran esa sensación de aislamiento con respecto al medio que los rodea, pueden pasar a un espacio adecuadamente separado del que corresponde a la ida cotidiana u ordinaria como se constata en el siguiente caso:
Entre todas las personas
entrevistadas, el matrimonio que parecía más feliz venía festejando el día 6 de
todos los meses en los últimos siete años porque se habían "conocido un
día 6': Esta pareja, que al parecer tenía un vínculo romántico de gran
intensidad, también llevaba una intensa vida ritual.
Se podría conjeturar que éste es
uno de los motivos que popularizaron la foto "Le baiser de l'hote1 de
ville'; tomada por Robert Doisneau, donde se observa a una pareja que se besa
con pasión en medio de una calle muy concurrida, sin prestar atención alguna a
los que pasan por su lado, como si el abrazo creara un espacio privado que los
encapsula.
3.1.3.
LOS LIMITES
INSTRUMENTALES O ARTEFACTUALES
Una de las maneras más comunes de
marcar un momento romántico consiste en incluir objetos distintos a los usados
para las actividades diarias, es decir, objetos rituales que se consideran más
preciados o bellos que los objetos cotidianos. Los obsequios constituyen un
ejemplo mas evidente pero la ropa elegante y la comida fina también se asocian
con el romance, como se puede inferir de la siguiente respuesta:
¿Qué tuvo de romántica esa noche?
Vestirse así es romántico, igual
que salir y hacer cosas lindas, y después tener también un momento a solas y
también hacer cosas que son un poco distintas a lo normal. Eso es por el baile
formal, como el vals y el swing, ese tipo de cosas eso le da romanticismo (profesor
universitario, enetrevista).
Ciertos productos, como el champán,
las rosas y las velas, poseen atributos fijos de semisacralidad que, en las
circunstancias adecuadas, pueden generan sentimientos románticos. Otros objetos
adquieren esa sacralidad en virtud de su asociación con la intensidad
romántica: una bufanda o una servilleta usadas en una ocasión romántica, por
ejemplo, pueden impregnarse de sacralidad y transportar a la persona enamorada
al momento "sagrado" del primer encuentro.
Cuando uno pregunta si existe alguna
diferencia entre el amor distintos y que deben serlo, aunque al mismo tiempo se
afirme que la amistades un ingrediente más del amor." A diferencia del
amor, la amistad es un sentimiento que no se ve amenazado por tener más de un
objeto. Así,las emociones románticas suelen considerarse ‘’especiales’’ ya que
se relacionan de manera directa con una sola persona y la separan del resto del
mundo.
3.1.4.
LOS LÍMITES
EMOCIONALES
Más que en cualquier otro contexto,
en el caso de los sentimientos románticos se espera que las emociones sean
diferentes y únicas en su tipo, puesto que si no puede distinguirse claramente
de las otras, la capacidad misma de sentir ‘’amor’’ queda bajo amenaza. La
necesidad de que el amor romántico sea diferente por carácter intrínseco deriva
de las normas monogamias, pero también se relaciona con otro fenómeno: si los
límites entre el sentimiento romántico y las demás confusiones son confusos
como en el caso de ‘’las amistades
amorosas’’ entonces se ve cuestionada la supuesta singularidad de ese
sentimiento. Cuando uno pregunta si
existe alguna diferencia entre el amor y
la amistad, todo el mundo contesta sin vacilar que son sentimientos distintos y
que deben serlo, aunque al mismo tiempo se afirme que la amistad es un
ingrediente más del amor."
A diferencia del amor, la amistad es un sentimiento que no se ve amenazado por tener más de un objeto. Así, las emociones románticas suelen considerarse "especiales”, ya que se relacionan de manera directa con una sola persona y la separan del resto del mundo.
A diferencia del amor, la amistad es un sentimiento que no se ve amenazado por tener más de un objeto. Así, las emociones románticas suelen considerarse "especiales”, ya que se relacionan de manera directa con una sola persona y la separan del resto del mundo.
I.
CONCLUSIONES
Nuestra cultura tiene que abrir sus
horizontes. Hace falta un cambio de modelo económico y político, y para ello la
sociedad y la cultura tienen que empezar a mostrar otras concepciones sobre el
amor, otras formas de quererse más diversas e inclusivas, otras formas de
ayudarse y tender redes de solidaridad.
Hoy más que nunca hay que llevar a cabo toda una labor contracultural que destroce todos los mitos que hemos ido asumiendo desde la infancia hasta hoy. Hay que destripar roles, disolver estereotipos, y abrazar la diversidad sexual y amorosa. Hay que liberar la mente, el coño, el corazón, el deseo y la ternura, y dejar que el amor fluya por todos los espacios.
Hoy más que nunca hay que llevar a cabo toda una labor contracultural que destroce todos los mitos que hemos ido asumiendo desde la infancia hasta hoy. Hay que destripar roles, disolver estereotipos, y abrazar la diversidad sexual y amorosa. Hay que liberar la mente, el coño, el corazón, el deseo y la ternura, y dejar que el amor fluya por todos los espacios.
II.
BIBLIOGRAFIA
·
(Adaptado de: Bosch Fiol, E (ed.) (2007) Investigación
Social. Del mito del Amor Romántico a la violencia contra las mujeres en la
pareja. Universidad de las Islas Baleares).
·
Coral Herrera. “Los
mitos del amor romántico y la cultura amorosa occidental”. (El rincón de
Haika).
·
Pilar Sanpedro “El mito del amor y sus consecuencias
en los vínculos de pareja” (Disenso, 45, mayo de 2005).
·
Walter Riso. Los
límites del amor, hasta donde amarte sin renunciar a lo que soy. España:
Planeta/Zenith.
·
Victoria Ferrer P. y Esperanza Boch F. Del amor romántico a la violencia de genero.
·
Eva Illouz. El
consumo de la utopia romántica. Madrid, España: katz editores.
·
Coral Herrera.
El amor romántico perjudica seriamente la igualdad.
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